Una actriz, tan joven
como bella, recibe el llamado de un director de cine para hacer una película.
Ella acude. Se encuentran. Ambos están casados; él es veinte años mayor.
Durante el rodaje de Persona los «alcanzó
la pasión», escribirá él. Lo demás es la crónica de la relación amorosa y amarga,
extrema y amistosa entre Liv Ullmann e Ingmar Bergman.
Su relación forma parte de la historia de la
cinematografía al menos de dos maneras: por las obras, fama y talento de sus
protagonistas, que la han contado en sus libros de memorias, y por el documental Liv & Ingmar, de Dheeraj Akolkar, en
el que Liv Ullmann, de cara a la cámara, en inglés, cuenta y evoca, relata y
denuncia, declara y proclama, recuerda y canta su vida al lado de Bergman.
Aunque sólo vivieron
juntos unos cuantos años, su relación se extendió durante cuarenta y dos, hasta
la muerte de Bergman. Y se antoja un caso de manual, típico, de codependencia,
relación amor y sufrimiento. Los celos de él, sus inseguridades, su necesidad
de tomar y controlar el cuerpo y el alma, los pensamientos y las acciones de
ella (que vivieran en relativo aislamiento en la isla de Fårö ya es relevante)
los llevaron a una situación límite y sin salida. Liv Ullmann no podía vivir
así, no dejaba de amarlo, pero no podía vivir con él.
Al final, tuvieron la
sabiduría y las agallas de hacerse amigos. De ofrecerse amistad, de levantar un
puente entre ellos un puente más firme, en el que se pudiera transitar de un
lado al otro cuando hacía mucho la pasión se había extinguido entre ellos.
Y Liv Ullmann, único
personaje y voz del documental, hermosa a sus setenta y cuatro, emocionada, conmovida, entre escenas cuidadosamente elegidas y
editadas de las películas que Bergman dirigió, habla con una sencillez que no
puede ser más auténtica, y uno, desde la butaca de un cine, sabe que está
diciendo la verdad y sólo su verdad: que su amor por Bergman fue intenso y no
tuvo fin, y que vivieron, aún separados, «dolorosamente unidos».