Son las dieciocho horas de esta tarde,
y de todas no tengo ninguna.
La luz se pone vieja en el aire que palpa,
en la nube que arrastra una muerte por lluvia.
Desde la ventana se agazapa en la mesa, en la taza de café,
en un cuaderno escolar, en la sombras que se alargan.
Es huérfana de penas y fugaz como un paseo en bicicleta,
como una canción, como la danza del agua.
Ya huelen a noche sus pájaros, su fatiga, sus árboles, sus calles.
La tarde se fuga con el Sol que se marcha rojo de pena.
La amenaza un rumor de noche, luna, frío y ausencia.
Pronto empezará el sutil despertar de las estrellas.
Yo la siento compañera, amiga de la escritura,
del ocio y de quimeras, de las cosas que me digo y de la espera.
A mí me gustan mucho las tardes, y mañana la evocaré,
o la olvidaré sin nostalgia, con otra luz, en su gemela,
si es verdad, Borges, que las tardes a las tardes son iguales.