Leo en Fuegos, de Marguerite Yourcenar (Nuestra Señora de las Letras la llama
con lustre José Antonio Lugo), un adagio admirable. Sin embargo, no me
satisface la traducción de Emma Calatayud. Ésta dice:
«Un dios que quiere que yo viva te ha ordenado que dejes de amarme. No
soporto bien la felicidad. Falta de costumbre. En tus brazos, lo único que yo
podría hacer era morir.»
La
encuentro rígida, y no me gusta: que
quiere que, y creo que el penúltimo de los ¡cuatro verbos finales! quedaría
mejor en condicional. No tengo a la mano el original, en francés, pero me animo
a una primera aproximación de mi paráfrasis:
Un dios quiere que yo sea infeliz, por lo
tanto, que viva, porque si has dejado de amarme y no soporto por falta de
costumbre la felicidad, ¿qué podría hacer en tus brazos sino morir?
Hago una segunda versión:
Un dios me quiere infeliz, por lo tanto,
vivo, porque si has dejado de amarme y no soporto la felicidad por falta de
costumbre, ¿qué podría hacer en tus brazos sino morir?
Me doy cuenta
que he dejado fuera un elemento importante: la voluntad del dios. Corrijo, por
fidelidad a la fuente, y añado otros cambios:
Un dios me quiere infeliz, por lo tanto,
vivo, porque si te ha ordenado que dejes de amarme y no soporto la felicidad
por falta de costumbre, ¿qué podría yo hacer en tus brazos sino morir?
Intento
una variante más, que incluso dice otra cosa. Antes se daba por supuesto que la
persona amada había amado al amante (“te ha ordenado que dejes de amarme”).
Ahora el dios impide la correspondencia del amor:
Un dios me quiere infeliz, por lo tanto, que
viva, porque si no permite que me ames y por falta de costumbre no soporto la
felicidad, ¿qué más podría yo hacer en tus brazos sino morir?
Me
animo a otra variación:
Un dios quiere que sea infeliz, por lo tanto
que viva, porque si no te permite amarme, y desacostumbrado a ella no tolero la
felicidad, ¿qué podría hacer en tus brazos sino morir?
Intento
una más:
Un dios quiere que yo viva infeliz pues no te
permite amarme. Y si por falta de costumbre no tolero la felicidad, ¿qué haría yo en tus
brazos sino morir?
Aunque
insatisfecho, me digo que por hoy esta, la más libre, será la última versión:
Un dios quiere que yo viva infeliz pues no
permite que me ames. Desacostumbrado, no tolero la felicidad. Entonces, ¿qué
haría yo en tus brazos sino morir?
Hago un
último cambio, sigo el original y devuelvo la orden del dios, aunque prefiero
al dios más sutil, no al que ordena sino al que simplemente no permite
corresponder al amor:
Un dios quiere que yo viva infeliz pues te ha
ordenado que dejes de amarme. Desacostumbrado, no tolero la felicidad.
Entonces, ¿qué haría yo en tus brazos sino morir?
La
fuerza de la imagen, tan lúcida y dolorosa, tan infeliz para el enamorado que no goza del amor de la persona amada, no deja de rondarme la
cabeza. Es tan nítida y verdadera que se impone a traductores y versiones. Sí, Nuestra
Señora de las Letras…