Algunas
historias se dibujan tan nítidas, sus piezas encajan entre sí con tal firmeza,
que acaban por revelarse no necesariamente como verosímiles sino verdaderas, como trozos de vidas que realmente sucedieron.
Algunas
historias presentan una paradoja interesante: a pesar de sus lagunas, el dibujo
imperfecto de sus personajes, el orden de los sucesos, sus silencios, sus
pasajes oscuros o desconocidos, son más ciertas y creíbles que otras historias
donde todo está en orden a fuerza de trabajar con esmero en una ficción.
Hay
historias que le deben poco a nada a la imaginación y se antojan tan imposibles
y absurdas que forman parte de la Historia, que gritan hechos ciertos y
verdaderos, y otras historias, impecables en su factura, revelan a cada
instante que son una impostura o hijas de la ficción, de la imaginación fecunda
de un novelista.
Una
historia a la que le faltan hechos y razones, el tejido admirable, el fino hilo
del diálogo o el encadenamiento de los hechos que tejen la trama, puede revelar
verdades y hechos que sucedieron en este mundo.
De hecho, pocas historias
verdaderas resisten pasar a la literatura sin ser atenuadas, ordenadas o
maquilladas por la pátina de la ficción. Tal vez hace falta un enorme talento
para contar una historia con la verdad y sólo la verdad.
Son
muchas las películas y novelas cuyo reclamo publicitario consiste en decir que
están basadas en hechos reales, lo cual no las hace buenas ni logradas, y que
buscan conmover con las vicisitudes de los protagonistas antes que por sus
méritos cinematográficos o literarios. Contar una historia que sucedió no es
ninguna garantía de que la obra sea buena o ejemplar.
Otras
historias, en su imperfección, contienen la clave que descubre y abre una
puerta, el sentido o desgracia de una vida. Tal vez por eso la de Evelio Vadillo, que Gerardo
Antonio Martínez cuenta en el reportaje “Un comunista mexicano preso en Siberia”
(Confabulario) es tan poderosa y
atractiva.*
Evelio
Vadillo, comunista mexicano, viajó en 1935 a la Unión Soviética a un congreso.
Allá coincidió con José Revueltas y Vicente Lombardo Toledano. Al terminar el
congreso, Vadillo ingresó a una escuela de formación de líderes comunistas.
Pronto cayó en desgracia y fue detenido y encarcelado. Las versiones dicen que
insultó a Stalin, otras que era simpatizante de Trotski.
La
historia de Vadillo, que pudo volver a México en 1955, es tan
rocambolesca, tan rica en situaciones absurdas e infantiles excusas
burocráticas, en gestiones diplomáticas tan tibias, en giros tan
inesperados como en una mala novela de
espías.
El suyo fue un proceso que al parecer no fue tal y que
podría parecer tan kafkiano que un editor literario o el productor de una película
podría decirle a su escritor: ‘Sí, sí, esas cosas pueden suceder, pero
complican innecesariamente la trama; en realidad, aunque hayan sucedido, nadie
creerá que son ciertas, así que haga el favor de contar algo menos enredado.’ Pero sabemos que Vadillo dijo frente a la prensa, cuando volvió a México: «Aquí tienen ustedes al
hombre que estuvo en la Unión Soviética por más de 20 años, contra su voluntad.»
Contamos con testimonios de gente que estuvo relacionada con
Vadillo, notas de prensa, información en el Archivo General de la Nación, en la
Secretaría de Relaciones Exteriores, en la embajada de México en Rusia aguardando
al novelista que desentrañe y cuente esta historia, tan sólida, tan coherente. Que le dé con la ficción la revelación, la dimensión literaria que le falta.
Valdría la pena contar la historia de Vadillo, su verdad, su
dimensión, el hecho que la explique. Sería necesario investigarla, imaginarla,
darle sustento a todo lo que desconocemos,
para que deje de ser una anécdota y parecer un chiste, un disparate, una
supuesta campaña de desprestigio; en realidad, una pesadilla de veinte años con
los ojos abiertos.
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* Elena Garro escribe: «[...] los compañeros hablaban en voz muy baja de un mexicano llamado Badillo que había ido a Rusia y no había vuelto jamás, a pesar de que lo habían reclamado muchas veces.» (Memorias de España, 1937, Siglo XXI, México, 1992, p. 100)
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* Elena Garro escribe: «[...] los compañeros hablaban en voz muy baja de un mexicano llamado Badillo que había ido a Rusia y no había vuelto jamás, a pesar de que lo habían reclamado muchas veces.» (Memorias de España, 1937, Siglo XXI, México, 1992, p. 100)