¿De dónde emerge el fuego que enciende las voces de la noche, el faro azul, rojo, amarillo, naranja, de la silente luz que ilumina todo lo que toca? ¿De dónde ese relámpago, pájaro eléctrico que se alza impertérrito a su hora en el Oriente?
Todo cabe en la luz, todo lo contiene, lo dibuja, lo recrea, lo anima: las formas y las sombras, el volumen y el contorno, el color y el escorzo; toda la geometría del mundo cabe en el silencio del aire. La palabra lo nombra porque es necesario decirlo hasta el fondo de la noche, hasta el fin de la última estrella en retirada, con el último aliento, para que el azul helado del cielo de la madrugada sea el último viaje clandestino del color al centro del secreto de la luz.
El viaje del fuego, luz ardiente, a través de la oscura sombra de un cielo moribundo, al alba, es un canto para los ojos que algo tiene de misterio y de fantástico en un mundo que amanece por primera vez cada mañana, entre el batir de alas de los pájaros que saludan en parvada al sol y la luz en fuego, transparente, del nuevo día.