19 de abril de 2008

La tumba de Keats

A veces la literatura está hecha de recuerdos, pero también es cierto que a veces los recuerdos se nutren de literatura, sobre todo cuando el paso de los años les ha despojado ya en la memoria de algunas de sus más ordinarias circunstancias, que son heroicamente reemplazadas por otras más dignas de dar realce a esos recuerdos. Donde uno menos lo espera, en la siguiente página, en una postal, en un instante, aparece el fulgor de un recuerdo y sus palabras.

Con motivo de su centenario luctuoso, pero sin un propósito fijo, uno toma del estante el volumen de las obras de Oscar Wilde, lo hojea con curiosidad pero sin convicción porque nada busca, y hacia el final encuentra ese breve artículo: «La tumba de Keats».

El resto es el relámpago de la felicidad y la poesía. Uno vuelve a esa mañana fría de diciembre en la que se inclinó en la tumba cuyo epitafio dice, porque así lo quiso ese young english poet: «Here lies one whose name was writ in water», en el Antiguo Cementerio Protestante de Roma.

Dice Wilde, con justicia, que el cementerio es un lugar muy bello, sobrecogedor. Ahora es también un paraíso para las decenas de gatos que lo habitan, perezosos y felices, entre tanta ruina y tanta tumba. Keats lo sabía: A thing of beauty is a joy forever.