62. modelo para armar es una novela singular, una obra representativa que guarda algunas de las claves de la escritura de Julio Cortázar. También explora otros ámbitos, y nos sugiere otras preguntas. En el primer párrafo de la novela dice Juan, el protagonista: «¿Por qué [...] compré un libro que probablemente no habría de leer? (El adverbio era ya una zancadilla, porque más de una vez me había ocurrido comprar libros con la certidumbre tácita de que se perderían para siempre en la biblioteca, y sin embargo los había comprado; el enigma estaba en comprarlos, en la razón que podía exigir esa posesión inútil.)»
Juan se refiere a un libro de Michel Butor; Cortázar no revela cuál, pero Rolando Villazón, lector atento y buscador tenaz, me dice que se trata de 6 810 000 litres d'eau par seconde: Étude
stéréophonique (Seis millones ochocientos diez mil litros de agua
por segundo). También Fernando Pessoa habla en el Libro del desasosiego de comprar libros para no leerlos.
La literatura también nos muestra el reverso de la moneda. En Una soledad demasiado ruidosa, una de las novelas más bellas sobre los libros, Bohumil Hrabal narra la vida de Hanta, cuyo oficio es triturar libros, pero rescata unos cuantos cada día. Dice: «los recojo con mano temblorosa, como los dedos de una novia que sustentan el ramo delante del altar», y se los lleva feliz a su casa: «sonrió porque tengo la cartera llena de libros de los cuales espero que por la noche me expliquen algo sobre mí mismo, algo que todavía desconozco».
Para Hanta los libros son una promesa de felicidad, un medio de revelación y conocimiento. Juan, sin duda, lee libros, pero también los compra para no leerlos. Sé bien de lo que habla. El día que yo encuentre ese libro de Butor en una librería es muy probable que lo compré, y desde ahora sé que, como Juan, muy probablemente no lo leeré. ¿Cuáles son las razones secretas que nos mueven a comprarlos, a cumplir el rito de esa posesión inútil?
Tsundoku es una palabra japonesa que da nombre a ese enigma. Significa: comprar libros que no se leerán. El acto constante de comprar libros y no leerlos. Acumular libros, y en particular apilarlos en el buró, en la mesa, en el escritorio, en el suelo de la habitación con la certeza de que se quedarán ahí, y formarán rimeros que terminarán por extenderse en toda la casa.
Todos los lectores conservamos libros que compramos y no hemos leído. Sabemos, como Hanta, de la alegría que nos espera cuando nos adentremos en sus páginas. Se ha dicho que formar una biblioteca personal, entrar a las librerías a comprar los libros que se espera leer algún día, es un proyecto de vida y un plan de lecturas. La vida no alcanza para agotar los libros que se promete a sí mismo un lector, tenemos el tiempo contado, pero otra cosa muy distinta es practicar el tsundoku, la adicción de comprar libros aunque nunca sean leídos porque nunca se tendrá el número suficiente de ejemplares.
¿No esa la lógica de los coleccionistas? Acumular armas o relojes o cuadros o zapatos es anecdótico, el punto es la sed insaciable de otra pieza, un objeto más, ya sean libros o estilográficas finas, corbatas o coches. Esa posesión inútil oculta algo, y no me satisface la explicación superficial de llamarla consumismo.
Sospecho y recelo de los que se jactan de sus bibliotecas con miles y miles de ejemplares, pero admito que he comprado libros desde mi adolescencia con admirable constancia y al límite de mis posibilidades. El resultado es evidente: más de mil y un libros en casa por leer, cuya presencia me arropa y estimula, y cuya ausencia, lo sé, lamentaría al punto del desasosiego. Comprar libros, mirarlos, hojearlos, tocarlos, puede ser uno de los placeres secretos de este mundo, y la promesa de su lectura, y la lectura misma, una fuente de las mayores alegrías.
Tengo una relación intensa con los libros, y nunca han sido baratos o caros para mí; claro que algunos tienen precios excesivos, pero lo importante para mí era si tenía o no el dinero para comprarlo. Si tenía con qué pagarlo, era algo así como "barato", si no me alcanzaba, ese libro era "caro". Ahora sé que existe una palabra para nombrar esa manía o vicio.
Sin embargo, el mal, por así decirlo ha remitido. Y no sé sí debo preocuparme. Ya visito las librerías con mucho menos frecuencia, y hasta es posible que salga con las manos vacías, aunque casi siempre me concedo al menos el gusto de llevarme un libro. Me impongo reglas como «ni un libro más mientras no termines de leer el que has comprado».
Ahora con frecuencia el precio de un libro me parece excesivo y ya no estoy siempre dispuesto a pagarlo. Ahora me entusiasma menos un hallazgo, un libro raro, un anhelado ejemplar buscado por mucho tiempo. Tsundoku era mi locura favorita, y practicarla era mi condición natural, mi afición, una forma de estar y vivir que cultivé con alegría. Ahora leo más y compro menos libros, lo cual es una buena práctica. Claro, estoy atento por si encuentro, entre otros, cierto libro de Michel Butor.