El profesor Witold J. Andrievsky, investigador del Instituto Científico y Politécnico de Cracovia, presentó las conclusiones preliminares de una investigación en la que ha trabajado tres años. Sostiene haber encontrado una relación asombrosa entre las palabras dichas sobre otros y las profundidades del yo. A su descubrimiento le ha llamado Teoría del Búmeran.
Dice Andrievsky, graduado en ciencias cognitivas con especialización en consciencia profunda y antropología comparada, que le ha dado ese nombre a su modelo teórico porque es el símil perfecto del arma arrojadiza de los nativos australianos que conoció en su juventud, en una estancia académica en la Universidad de Canberra.
En efecto, la teoría demuestra que el arma de madera y los elogios y los insultos funcionan de la misma manera: si éstos son lanzados desde las profundidades del yo, en un movimiento giratorio (efecto búmeran) vuelven al punto de partida, es decir: revelan lo que el hablante piensa de sí mismo.
Así, al elogiar el trabajo de un colega: «con ese artículo se posiciona en la frontera misma del conocimiento y en un referente esencial en computación cuántica», se revela el urgente deseo de ser reconocido con los mismos conceptos y los mismos adjetivos.
Los términos con los que se expresa la adhesión a la candidatura de un conocido «no existe nadie mejor calificado para ejercer ese liderazgo», bien podrían ser considerados como una aspiración legítima y sincera del que los vierte.
Al escribir en una carta de recomendación que alguien es un «ciudadano honorable, hombre íntegro y ejemplar, comprometido con su sociedad» aparece una selfie moral, un autorretrato impecable. Y si alguien dice «sólo uno o dos más en el mundo son capaces de igualar su hazaña» sólo falta averiguar quién sería el tercero.
Con los insultos, el efecto búmeran (acción que se vuelve contra su autor, dice el Diccionario) es implacable. El denuesto, en particular el más soez, injusto y vil, le quedará al que lo emite como traje a la medida. Con una serie de entrevistas a fondo que estadísticamente indican que son correctas sus conclusiones, Andrievsky cree haber demostrado que las peores agresiones verbales tienen un fundamente en el yo, en la infancia y el medio familiar. El que dice: «espero que pases tus mejores años entre rejas» acaba de revelar dónde estuvo en su juventud su padre, o el que agrede: «eres ignorante como un carnicero», acaba de decirnos cuál era el oficio de su abuelo.
El profesor Andrievsky ha sido muy cauteloso al presentar sus experimentos. Y suele dirigirse así a sus interlocutores: «Usted tiene cara de ser muy inteligente, por lo tanto estará de acuerdo conmigo en que me asiste la razón y la ciencia...» La comunidad científica se ha quedado muda. Algunos distinguidos científicos han sugerido que quisieran conocer más a fondo la Teoría del Búmeran antes de expresar su opinión. Aguardan y acechan cautelosos las reacciones de otros especialistas y divulgadores científicos.
En los pasillos del Instituto Politécnico de Cracovia se dice que la Teoría es insostenible, que no es más que un disparate, una cortina de humo, pero nadie lo dice abiertamente; al parecer el profesor Andrievsky goza del aprecio de las autoridades y los medios, y tiene algo así como un seguro. Mientras no sea refutado y superado su modelo teórico, nadie se atreve descalificar su teoría. Al parecer, sus colegas le temen a las consecuencias, al daño que puedan causar a sus investigaciones, a su reputación. Le temen, precavidos, al golpe rotundo del efecto búmeran.