Alexander Pieter Cirk, holandés de cuarenta y un años, diabético, entró en contacto con Zhang, una joven china de veintiséis a través de internet. Durante dos meses se escribieron, y Alexander creyó haber encontrado a la chica de su vida. Entonces actuó en consecuencia: decidió ir a China a conocerla (le envió a su novia una foto del boleto) y le dio las señas de su llegada.
Zhang no acudió a la cita. Alexander la buscó en un teléfono que siempre estaba apagado, y la esperó en el aeropuerto de Changshá, en la provincia de Hunan, comiendo cualquier cosa, durmiendo en el sillón de una sala de espera. La esperó diez días con sus noches y ella no llegó. Alexander no desistió, convencido de que Zhang tarde o temprano acudiría a su lado; fue su mala salud la que lo arrancó del aeropuerto y lo llevó a un hospital, con síntomas de agotamiento extremo.
La dignidad de su espera, celebrada como un pasaje de un poema épico, trascendió a los medios, a las redes sociales, a la sociedad del espectáculo. No tardaron en aparecer las burlas y los chistes. La prensa y la televisión chinas contaron los detalles, y periodistas sagaces buscaron a Zhang para entrevistarla.
Las opiniones en las redes sociales no podrían haber sido más diversas: Alexander era un héroe del amor al tiempo que el más grande tonto de este mundo. Para muchos chinos la conducta de Alexander no tenía sentido, y su viaje era un absurdo. Para Zhang hubo consejos, regaños e insultos.
Cuando al fin apareció, Zhang le contó a los periodistas de la televisión que tenía una relación on-line con Alexander pero que todo era una broma. La foto del boleto, sobre todo, era una broma. Además, él le dijo que iría a China sin consultarla. Y no había respondido porque había ido a otra ciudad a hacerse una cirugía plástica.
Tras esas declaraciones, una segunda ola de comentarios en las redes sociales se apiadó de Alexander, e incitó a Zhang a no jugar con los sentimientos de otros. «Dile que no lo quieres y así él podrá volver a su país», decía una opinión sensata. Alexander volvió a Ámsterdam sin haber visto a Zhang, sin haber hablado ni una palabra con ella.
Holanda está muy lejos de China, y las diferencias culturales entre ambos países abren un abismo que no es fácil superar. Buscar novia al otro lado del mundo, sin ningún otro vínculo que la correspondencia con una desconocida, a dos meses de haber entrado en contacto, sólo revela el aislamiento de un hombre en su medio, el rotundo fracaso con las mujeres de su sociedad.
Pareciera que, en impecable paradoja, entre más conectados estamos más aislados. Llevar un teléfono en el bolsillo no nos acerca a los otros. La conectividad a todas horas tiene muchas funciones y sirve para muchos fines, pero no siempre para comunicarnos en una relación profunda y personal.
El caso de Alexander evidencia un síntoma de nuestro tiempo; la conducta de Zhang no debe sorprendernos. Los foros de internet, los chats, las redes sociales son el ámbito del ruido, lo efímero y el escándalo. Aquí y en China. Son las redes de la soledad. Pareciera que entre más conectados, más solos estamos.
6 de octubre de 2016
Las redes de la soledad
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