16 de abril de 2013

La Autobiografía de Salvador Elizondo

La vida por escrito es literatura


Al escribir que escribe, Elizondo se escribe
Octavio Paz, El signo y el garabato


Tenía treinta y tres años cuando terminó su Autobiografía. Al final de esas deslumbrantes cincuenta páginas anotó el nombre de una ciudad y una fecha para dejar constancia del lugar y día en que la concluyó: México, D. F., 15 de mayo de 1966. Ese día comienza la leyenda del texto autobiográfico más celebrado de la literatura mexicana del siglo XX.

Esa Autobiografía de Salvador Elizondo es un libro importante al menos por dos razones. En México, y en el ámbito de la lengua española en general, redactar memorias y autobiografías es una rareza y mucho más muy cerca del momento que Dante llamó la mitad del camino de la vida.

Hay una razón que explica ese texto precoz: esta autobiografía fue escrita por encargo y para ser publicada por Empresas Editoriales, S. A., en una colección que se “inspira en el propósito de dar a conocer en páginas autobiográficas la fuerte personalidad de los jóvenes escritores mexicanos del momento, para que el lector […] impresionado por la calidad humana y el inteligente laborar de estos nuevos valores literarios, acuda desde luego a conocerlos en su obra. Pretende por tanto esta serie de magros libros, ensanchar y prolongar el cauce a la producción de la joven literatura mexicana”.1 

Otros jóvenes escritores de entonces, como Juan García Ponce, Vicente Leñero, José de la Colina, José Emilio Pacheco y Sergio Pitol, entre otros, también publicaron su autobiografía en esa colección, pero ninguno de esos textos ha trascendido hasta llegar a nosotros, hoy, más de cuarenta años después, más allá de la bibliografía de cada uno de ellos.

Esos textos biográficos tienen interés para los estudiosos y lectores entusiastas de esos autores, a diferencia del de Elizondo, que ocupa un lugar central entre sus libros aunque no siempre ha sido así reconocido. Esta es la segunda razón de la importancia de la Autobiografía de Elizondo: no haber sido un simple texto apresurado de presentación de un nuevo escritor para que el lector acudiera a la obra de ese autor, como si una autobiografía fuera un mero apéndice al margen de la obra y no parte esencial e indivisible de ella. Si así fuera en otros casos, no lo es para la escritura de Salvador Elizondo, y no sólo por ser una fuente primaria y, supongamos, confiable y fidedigna sobre los hechos y vicisitudes de la vida del autor.

En realidad la vida de un autor es tan poco relevante para la literatura y sus libros como si estos fueron compuestos en tipos de la familia Agaramond o Baskerville. La obra explica y da sentido a una vida; nunca al revés. La obra justifica la vida del escritor. Ciertos autores, entre ellos se cuentan  algunos de los mejores, han logrado fundir vida y obra en una unidad plena de correspondencias que sería imposible aproximarse a profundidad a una sin hacerlo simultáneamente a la otra.

Tal vez Elizondo sea uno de estos casos. No es  común que la experiencia vital, la trayectoria y la cuenta de los pasos por el mundo encuentren un espejo, literario, artístico e intelectual tan nítido en las páginas de los libros de ese autor. La vida es la misma para todos. “Cada hombre lleva en sí mismo plena ya la forma de la condición humana”, escribió Montaigne, pero la manera de mirar una cabellera y el perfil de una muchacha o la serie de los nenúfares de Monet, de escuchar los Nocturnos de Chopin, de asumir la vocación por la escritura o la locura y la concepción del amor y el erotismo son estrictamente personales e intransferibles. En ellos consiste tal vez la individualidad, la singularidad de cada hombre y sobre todo la calidad y la condición del artista.

La Autobiografía de Elizondo es gran literatura antes que el recuento de una vida con momentos solares y otros de innombrable sordidez, es la crónica de una vocación artística que maduró en la mirada de un artista de la palabra que alcanzó la excelsitud de su oficio. Ese pequeño libro es relevante por su crudeza, su prosa descarnada, rabiosamente inteligente y su deslumbrante lucidez. Si Elizondo cultivó la poesía, la novela, el cuento y el ensayo, la suya es pura escritura en estado puro.

Es el hombre por antonomasia que escribía. Elizondo fue el escritor y el escribidor y el grafógrafo. El hombre de la caligrafía asombrosa, el que dibujaba las letras, el de la estilográfica que escribía en cuadernos sin cesar, de día y de noche,2 diarios, apuntes, relatos: literatura, escritura pura.

Por ello la Autobiografía debe ser leída como una Bildungsroman o novela de formación que termina con la consolidación de una vocación literaria irrenunciable, íntimamente ligada e indisoluble de la vida del autor al menos en su autoficción o su escritura sobre sí mismo, pues estas páginas intensas fueron escritas después de la publicación de Farabeuf o la crónica de un instante, la deslumbrante y desquiciadora primera novela de Elizondo, aparecida en noviembre de 1965 (obtuvo el Premio Villaurrutia ese año, cuando obtenerlo ofrecía algún prestigio y guardaba una relación con las letras y pareciera incluso que era en sí mismo un hecho literario),  que muy pronto ganó reconocimiento de la crítica,3  de los novelistas4 y de un destacado historiador de la literatura mexicana.5

Octavio Paz sabía que “para encontrar la unión de sexualidad y muerte en la literatura mexicana hay que ir a López Velarde […]; sobre todo, a las novelas y ficciones de Juan García Ponce y de Salvador Elizondo”.6 Con los años, esos juicios no han cambiado, Farabeuf sigue siendo la novela más singular, aislada y extraña de las letras mexicanas, acaso la más terrible y lúcida para entrever el fondo descarnado de la dualidad erotismo y muerte. Es el libro central de Elizondo, tal vez la expresión más acabada de su maestría, pero también el más terrible.

Claudia Reina, luego de considerarlo un autor notable y maldito, “no puede dejar de verse a Farabeuf como una novela llena de erotismo (sádico, masoquista, perverso, pero erotismo)”, lo reconoce como un creador excepcional de infiernos: “Farabeuf es un libro siniestro, oscuro, perturbador, confuso […]; es un infierno textual digno de Salvador Elizondo”.7

Desde 1965 corría ya la leyenda Salvador Elizondo como el escritor más original (léase extraño, extravagante) de su generación, y no ha cesado de hacerlo. “Al resaltar la propensión a la vida interior, vale hacer énfasis en que nos hallamos ante un espíritu agitado.”8 Esta explicación de Daniel Sada ofrece una clave de la literatura de Elizondo: la vida interior y sus demonios. Visto así, buena parte de la obra de Elizondo, las novelas y los cuentos (lo que solemos llamar ficción), pero también sus ensayos y otros escritos, responden al mismo impulso que anima la Autobiografía.

Esa mirada a su pasado se proyecta sobre el futuro,  explícita o insinuada, textual o cifrada, en la narrativa que escribiría en la segunda mitad de su vida. La nostalgia, la melancolía, el extrañamiento ante el mundo, la lucidez y el registro estético de la Autobiografía aparecerán en otros libros. Las razones para escribir una autobiografía pueden ser muchas, en el caso de Elizondo, por prematura y lúcida, por su intensidad y belleza, la Autobiografía revela al hombre y las claves de su literatura, pero también es un libro que debería estar en el “canon” de Elizondo y no al margen de la obra.

La Autobiografía resulta útil para explicarnos su formación, aficiones, y rasgos de temperamento, y ayudarnos a comprender tan singular personalidad”,9 escribe José Luis Martínez, sin darle, como tantos críticos y comentaristas, un lugar en la obra; sin omitirla, no es leída como un libro con plenos derechos y poderes y casi siempre ha sido recibida como un documento extraño, escandaloso y marginal: “Mi visión esencial del mundo es poco edificante; en realidad, no apta para ser difundida”,10 dice Elizondo de sí mismo; mejor aún, de un personaje de ficción, escrito, llamado Salvador Elizondo.

No es un caso único, Borges también lo hizo, escribió sobre sí mismo con nombre y apellido, con su condición y circunstancia, pero era otro. Elizondo al escribir se escribe, dice Octavio Paz;11 así es, y lo hace como ningún otro autor de las letras mexicanas. Elizondo parte del acto mágico de escribir para llegar a la escritura misma (“escribo que escribo viéndome escribir que escribo”) y desde la escritura misma saltar a la celebración de la inteligencia y el pensamiento.

La imaginación y el argumento, el tema y la trama están subordinados a la escritura, a la revelación de lo escrito, a la dicha de ejercer el placer de escribir y ver asombrado las palabras que se fijan en el papel y se extienden y fluyen para llenarse de sentido en el pensamiento o el tiempo o en imágenes como una secuencia cinematográfica. Elizondo es un autor estructurado  y  pulcro en extremo. La suya es una búsqueda de la escritura con rigor matemático, de una nitidez simétrica tan bella e inteligente como lúcida y fría.

No es difícil imaginar que Elizondo también hubiera destacado en la lógica formal, en la filosofía de la ciencia. Dice Juan Malpartida: “Pasión de científico, aunque nada positivista. Pasión analítica que, en muchas ocasiones, se consume a sí misma en su propia mecánica, en su propia dialéctica, siguiendo fatalmente la herencia de su admirado Valéry, el poeta que prefería escribir un poema secundario sabiendo lo que escribía a escribir un poema genial de manera inesperada”.12

Una de las lecciones de Elizondo es el rigor, la calidad de su prosa, la pureza de su argumentación. Pero esas virtudes no lo libraban de la ficción. Una biografía también es una novela, y una autobiografía es la novela  cuyo protagonista es el autor de la novela. La autoficción es hacer literatura de ficción a partir de la vida del escritor. La autobiografía narra la vida de Elizondo y es a la vez un texto de ficción y esta verdad tan evidente, que despierta suspicacias entre algunos críticos, de ninguna manera devalúa la calidad del relato de su vida.

Escribe: Dermont F. Curley: “todo lo que ha escrito Elizondo, ya sea un libro de poemas poco logrado, un cuento, un ensayo crítico o una novela experimental, forma parte del intento de esculpir, de formar, su propio universo literario y dramatizar su vocación por la escritura. Sus puntos de vista sobre la literatura, el arte, la fotografía o el cine revelan una clara propensión y la confirmación de sus obsesiones privadas”.13 Al crítico le faltó incluir en su lista los textos biográficos, la Autobiografía, tan literaria y narrativa y de ficción como cualquier otro.

Dice Curley: “Según Elizondo, el género autobiográfico sólo es exacto y sincero en la medida en que el lenguaje le permita serlo. Más importante que al sinceridad es el lenguaje, junto con l actitud y la aplicación del escritor a lo que escribe”.14 Elizondo no podría haber sido más claro sobre su Autobiografía en una entrevista con Adolfo Castañón: “con un criterio estrictamente literario, distorsionando muchas veces hechos de la realidad que merecían, en aras de la literatura, ser un poco aderezados para que fueran más interesantes. Yo conté allí, puedo decirlo ahora, muchas mentiras, no mentiras en el sentido estricto de la palabra, de que no fueran ciertas, sino que eran medias mentiras. Había algo de realidad, pero había tanta realidad como fantasía, o muchas veces más fantasía que realidad”.15

No hay diferencia esencial entre una biografía y una novela, entre una autobiografía y una novela, una pieza de escritura de ficción. No sólo es así sino que no podría ser de otra manera. El relato de la verdad objetiva y neutra, si tal es posible, tendría que buscarse en otra parte, pero tampoco la crónica y la Historia pueden ser la verdad y solo la verdad y toda la verdad. De hecho, no lo son. En el caso de la Autobiografía la objetividad y verosimilitud quedan hechas añicos desde el momento mismo en que el narrador hablará de sí mismo y su experiencia vital, su educación sentimental y su formación estética.

Cualquier suceso que pasa por las manos y las palabras de un escritor, aunque se inscriba en la Historia, pasa a ser ficción. Un escritor no miente, y menos los más grandes y profundos; un escritor  inventa la realidad, le da imaginación, veracidad y coherencia, un lenguaje y un registro, un ritmo, un color, un ambiente, un tiempo, un punto de vista, todos esos elementos de la escritura que le dan singularidad a un texto; en una palabra, lo que hace que un escrito se inscriba en la obra y el talento y el pensamiento de un escritor. 

“La literatura no es la vida, mucho menos la descripción realista de ella. Por una parte, existe el papel que desempeñan la fantasía y la imaginación; por otra, el criterio estrictamente literario, el arte empleado. A expensas de una “mentirita” se proyecta la verdad no una verdad moral, no el bien o el mal, sino la expresión por escrito de una idea o emoción ideal.”16 

La célebre “verdad de las mentiras”, la aproximación a verdades esenciales desde la imaginación y su mezcla con el recuerdo, con trozos de hechos reales, la especulación y la evocación del sueño y el mito es la vía correcta, útil y necesaria. Tal vez la ficción sea la única manera en que podemos mirar con nitidez la realidad. Abrumados por ésta, necesitamos de la imaginación para explicarnos el mundo y al compleja condición humana.

Una autobiografía es una manera directa de abordar el recuerdo imaginado de la propia vida, que da pie y sustento a mucho más, una visión del mundo, un paseo por la cultura, una búsqueda, una tentativa de responder a preguntas esenciales, una reflexión histórica, un ajuste de cuentas, un corte de caja, una explicación al camino recorrido, una búsqueda del que falta por recorrer, un vislumbre de sí mismo. “Si concebimos la autobiografía como una forma de escribir, tenemos también la libertad de emplear un lenguaje que vuelva trascendentes algunas experiencias que aparentemente no lo son”.17

Es decir, una autobiografía es también literatura  pura y dura, tanto como una novela o un cuento. Su singularidad consiste en que la vida del autor coincide, al menos en líneas generales, con la del personaje que ha creado. El autor es el único habitante y creador de una escritura de la que no es el único lector. Las razones de ese escrito, las causas profundas en el caso de Elizondo no son un secreto. Decía Elizondo en 1967: “publiqué una pequeña autobiografía en al que yo creo que, en cierta medida, cuando menos, he puesto todas aquellas cosas de mi vida personal que he considerado que han sido importantes en la búsqueda y en el encuentro de mi vocación de escritor. […] Cuando digo escritor estoy admitiendo o estoy proclamando una vocación de la que no puedo escindir el sentido de mi vida personal. Es decir que mi vocación forma parte íntima de mi vida personal”.18

La Autobiografía en sentido estricto no se llama así. En la cubierta dice: “Nuevos escritores mexicanos del siglo XX presentados por sí mismos. Salvador Elizondo”. La palabra autobiografía aparece en la página 13, al inicio del texto. El libro tuvo éxito y contribuyó a forjar la leyenda de Elizondo. Pronto fue visto como el genio y el loco, el extraño y el perverso por antonomasia en las letras mexicanas. Elizondo vivió con el estigma de ser el brillante y el perturbado, el cosmopolita y el extraño, el esnob y el outsider. El que lo sabía todo y el de los juicios más extraños.

Agotada la edición no permitió que la Autobiografía volviera a reeditarse. Los ejemplares disponibles alcanzaron precios muy elevados. En la medida que Elizondo ganaba prestigio y reconocimiento, su Autobiografía se volvía un libro secreto, en documento imprescindible de ciertos círculos literarios, en objeto de elogios y censura. Era un libro maldito prohibido no por la censura sino por su propio autor. En los cafés y las aulas, en las redacciones de las revistas y los diarios, en las editoriales y las librerías se hablaba del  libro que era verdaderamente inconseguible.

Con los años, no fue difícil conseguir un juego de fotocopias si se preguntaba por el libro aquí y allá, y se habló de ediciones piratas. Sin duda, fue la circulación ilegal e informal del libro en estos soportes lo que llevó a Elizondo a permitir una reedición de un libro que no quería volver a publicar pero circulaba por las calles. Volvió a editarse en el año 2000 con la autorización del autor bajo el nombre de Autobiografía precoz. Desde entonces, ha sido publicada19 varias veces.

La Autobiografía ha sido vista como un libro que contiene, en particular hacia el final, ante el derrumbe del personaje y el fracaso conyugal, algunas de las páginas más perdurables y malditas de la literatura mexicana. 

En esa pequeña joya encuentran su sitio el descubrimiento del erotismo, la melancolía, la soledad, del ensimismamiento, la construcción de un mundo propio, lucido, absurdo, radical, impenetrable, absurdamente inmaduro y adolescente. Los amigos, el alcohol y el burdel y luego el llamado del amor y con éste, el descubrimiento de la poesía y el encuentro con la vocación literaria. La búsqueda de la esencia de la poesía y la misión del poeta. La fallida vocación de pintor, el largo camino para hacerse escritor, que sólo se consigue con la voluntad y el ejercicio del oficio que consiste en sacar el mejor provecho a eso que suele llamarse talento. Para conseguirlo, el novel escritor se hace en sus lecturas, ante la vida y las palabras, en su manera de estar, de mirar. En la introspección, en la experiencia vital, en tomar por asalto la cultura, en su manera de ver cine y pintura, de mirar arquitectura y caminar por las calles de su barrio o por París o Roma o Londres, ahí es donde se hace un escritor. Un escritor se hace en su conciencia y sus palabras.

La Autobiografía es un libro cínico e incorrecto, misógino y presuntuoso, doloroso y crudo con una impecable lección estética. Esas cincuenta páginas, intensas e inolvidables, tienen un lugar entre los libros preclaros de la literatura mexicana. Son el relato de un destino literario en el que el amor y la locura pasajera, el horror y la pesadilla, los recuerdos y la cultura se funden con astucia literaria. Es inútil pretender contrastar esas páginas con la vida del autor, la Autobiografía es simplemente gran literatura. ▪

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1Propósito Editorial”. Salvador Elizondo. Autobiografía (Nuevos escritores mexicanos presentados por sí mismos) Empresas Editoriales, S. A. México, 1966. El tiraje fue de dos mil ejemplares.
2 Al parecer, son 83 los cuadernos inéditos que dejó Elizondo. Una selección se publicó en Letras Libres a lo largo de 2008 (http://www.letraslibres.com/revista/convivio/diarios-1958-1963-el-oficio-de-escribir?page=full). A los cuadernos que escribía de noche, Elizondo los llamaba con toda justicia noctuarios. La fotógrafa Paulina Lavista, esposa de Elizondo, comentó: “Salvador encontró que en el encamado nocturno hacía muchas cosas. Era para él como meterse a un sueño: acompañado de su whisky y sus pinturas, se ponía a escribir y a dibujar, una especie de viaje hacia la aventura del recuerdo. Él sostenía que lo que se escribía y hacía a esas horas era muy diferente a lo que se podía hacer durante el día”. La Jornada, La Jornada de enmedio, página 3ª, 26 de agosto de 2012.
3 Novela de amor y horror, de violencia y locura, de sadismo y magia, de aparecidos y desaparecidos, de mutaciones y desdoblamientos, es una narración extraña y de difícil clasificación en nuestras letras […] se lee sucesivamente con curiosidad, con aprehensión, con malestar físico que a punto está de convertirse en  náusea, con rabia […] con desaliento, con avidez y siempre con provecho artístico (Emmanuel Carballo, en el “Prólogo” a Salvador Elizondo (Autobiografía), Empresas Editoriales, México, 1966, pp. 5, 7. 
4  Juan Vicente Melo celebró la aparición de la “novela del tiempo, de la memoria y del olvido pero, sobre todo, novela del amor en sus más extrema manifestación: la del éxtasis de la tortura, la del ceremonial del terror […]. Utilizando procedimientos propios de ese género que se ha dado en llamar la ‘antinovela’ y de Alain Resnais, Elizondo ha realizado el experimento más ambicioso e importante en la novelística mexicana de los últimos años” (Revista de la Universidad de México, agosto 1966, p.31).
5 “Con Farabeuf […] llegaba a la llana y directa literatura mexicana el sentido alucinante y morboso, el juego de la ambigüedad y la presencia intercambiable de la perversión, el horror y la belleza (José Luis Martínez, “Contestación” a “Regreso a casa”, discurso de ingreso de Salvador Elizondo al ingreso a la Academia Mexicana correspondiente a la Española, Coordinación de Humanidades, UNAM, 1982, p.32).
6 Octavio Paz. Generaciones y semblanzas. Dominio mexicano. Obras Completas, tomo IV. FCE, México, 1994, p. 90.
7 Hay que reconocer a Salvador Elizondo como un creador excepcional de infiernos; quizá este sea el punto de inicio para una aproximación a su obra; sin embargo, no es lo único que debe tomarse en cuenta, está también su inclusión dentro de la categoría de escritor maldito, sus influencias literarias provenientes de escritores satánicos (el término no es tan alarmante como parece) y las ideas que subyacen y a veces se repiten (no como tautologías sino como motivos de nuevos descubrimientos) dentro de su obra.
   “Qué es ser un escritor maldito. Un recorrido por la historia literaria proporciona nombres que pueden contestar a esa pregunta: Baudelaire, Lautréamont, Bataille, el Marqués de Sade, Rimbaud, Poe. Un escritor maldito va al encuentro de las fuerzas oscuras de la naturaleza humana, desciende a los infiernos, tiene conversaciones sagradas con el demonio, es un poseedor de obsesiones oscuras, casi ininteligibles, tenebrosas, y lo que lo conduce a esto es un estado de zozobra interior que acaso pueda encontrar consuelo en la blasfemia. Las flores del mal y Cantos de Maldoror son ejemplos de esta literatura maldita.
    “Un escritor maldito no elige serlo, lo es sin remedio, y tiene que soportar el estigma y el goce de serlo. Salvador Elizondo tiene una vida que refleja su alianza con las fuerzas oscuras que estarán expresadas en su literatura. Sufrió de depresiones, alucinaciones, delirios, hasta el grado de tener que ser internado en un hospital psiquiátrico; su mirada siempre estuvo fija en escritores con los cuales se sintió identificado y a su vez lo influyeron, y en general tuvo experiencias tanto personales como literarias que le transmitieron un conocimiento preciso y perverso del mundo de las sombras del alma humana”.  Claudia Reina, “La escritura maldita en Farabeuf”, en http://www.lamaquinadeltiempo.com/algode/elizondo.htm (consultado en octubre de 2012).
8 Daniel Sada en "La escritura obsesiva de Salvador Elizondo", en http://www.revistadelauniversidad. unam.mx/6609/sada/66sada04.html (consultado en octubre de 2012).
9  José Luis Martínez, “Contestación” a “Regreso a casa”, discurso de ingreso de Salvador Elizondo al ingreso a la Academia Mexicana correspondiente a la Española, Coordinación de Humanidades, UNAM, 1982, p. 29.
10 Salvador Elizondo. Autobiografía (Nuevos escritores mexicanos presentados por sí mismos) Empresas Editoriales, S. A. México, 1966, p. 13.
11 Octavio Paz, Op. Cit.
12  Juan Malpartida, “Salvador Elizondo, el grafógrafo”, prólogo a la Narrativa completa de Salvador Elizondo, Alfaguara, México, 1999. Esta edición de la narrativa completa incluye los libros: Narda o el verano, Farabeuf, El hipogeo secreto, El retrato de Zoe y otras mentiras, El grafógrafo, Camera lucida y Elsinore. La Autobiografía no está en esta edición; quizá porque no es considerada “narrativa” o ficción”, en cualquiera de los dos casos es una ausencia notable.
13 Dermont F. Curley, En la isla desierta. Una lectura de la obra de Salvador Elizondo, Universidad Autónoma Metropolitana-Cuajimalpa y Editorial Aldus, México, 2008, p. 114-115.
14 Dermont F. Curley, Op. Cit., p. 115.
15 Adolfo Castañón, “La escritura como experiencia interior: entrevista a Salvador Elizondo”, Mascarones 5: Boletín del Centro de Enseñanza para extranjeros 5, julio-septiembre de 1985; Citado por Dermont F. Curley, Op. Cit., p. 115.
16 Dermont F. Curley, Op. Cit., p. 116.
17 Salvador Elizondo, “Salvador Elizondo”, Los narradores ante el público, Joaquín Mortiz, Vol. 1, México, 1966, p. 167. Citado en Dermont F. Curley, Op. Cit. P. 116.
18 Salvador Elizondo, Op. Cit., p. 155. Citado por Pablo Martínez Lozada en “Confesiones de una máscara” en Cámara nocturna. Ensayos sobre Salvador Elizondo, presentación y compilación de Daniel Orizaga Doguim, Fondo Editorial Tierra Adentro, 437, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 2011, p. 19.
19 EditorialAldus, México, 2000. El mar de iguanas (Atalanta, Barcelona, 2010) es un volumen que reúne los tres textos manifiestamente biográficos de Salvador Elizondo: La Autobiografía (ahora llamada Autobiografía precoz), el cuento “Ein Heldenleben”,  la nouvelle  Elsinore  y una selección de los noctuarios.

         
(Una versión de este ensayo fue publicada, gracias a Ernesto Garcianava, director editorial, en El Bibliotecario, Dirección General de Bibliotecas del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México. Número #86; julio-septiembre de 2012.)