7 de abril de 2013

Un grifo, un punto, un destino

El grifo de la cocina tiene una palanca de diseño moderno que si es movida de izquierda a derecha el agua sale caliente o fría, y al accionarla de arriba abajo permite o no el paso del agua y gradúa la intensidad del chorro. Nada nuevo, salvo que esta palanca se cierra en un punto neutro, por así decirlo, que yo no puedo encontrar.

Por más que lo intento, cada vez que lo uso no puedo cerrarlo del todo, una gota incesante en fuga da cuenta de mi fracaso. Lo intento una y otra vez y no puedo dejar la palanca en ese punto exacto en el que deje de salir el agua. Cada vez que mi mujer ve la gotera, hace un gesto, me mira con indulgencia una vez más y en un segundo pone a la palanca en su sitio y deja de salir agua. Yo miro ese proceso como un prodigio, asombrado por la manifestación de un arte o conocimiento superior que no me ha sido revelado. (Así ha sido desde que nos mudamos a esta casa, hace años, sin faltar ni una sola vez.) Ella abre y cierra el misterio como si sólo abriera o cerrara una llave de agua.

No me he resignado, pero he comprendido que por alguna razón no puedo cerrar el grifo. La fuga de agua me acongoja tanto como mi torpeza. Escucho caer las gotas y en esa clepsidra cuento mis intentos y la dimensión de mi derrota que se extiende gota a gota en el tiempo.

Pero algo ha cambiado. Desde hace unos días ha dejado de ser un asunto doméstico y la palanca del grifo de la cocina es mucho más que la palanca del grifo de la cocina y la gotera de agua es mucho más que la gotera de agua. Empiezo a sospechar que no domino el arte de cerrar el grifo porque en ese punto de equilibrio, en esa posición única, ahí encontraría tal vez algo extraordinario. Sí, me digo, debe de haber una causa superior, un dios se opone a que yo cierre el grifo porque en ese acto podría encontrar la piedra de toque de toda una filosofía, el último verso memorable y perfecto de la lengua española, la respuesta a algunas de las preguntas esenciales. 

Tal vez podría adquirir un poder desmesurado, cósmico, como el conocimiento del punto en el que la palanca del grifo se situara en el lugar exacto en el que Arquímedes encontraría el punto de apoyo que necesitaba para mover el mundo, o tal vez me sería dado, me digo, la gracia de la visión total, absoluta y aniquilante, el Aleph del que da noticias Borges, el punto o lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos.

Desde que comprendí la razón de mi incapacidad para cerrar el grifo (para domar al ser fabuloso), mis intentos son el compás de espera; en ese reloj de agua cuento y aguardo el momento en que se revelará mi dicha, mi fortuna, mi destino.