El grifo de
la cocina tiene una palanca de diseño moderno que si es movida de izquierda a
derecha el agua sale caliente o fría, y al accionarla de arriba abajo permite o
no el paso del agua y gradúa la intensidad del chorro. Nada nuevo, salvo que
esta palanca se cierra en un punto neutro, por así decirlo, que yo no puedo
encontrar.
Por más que
lo intento, cada vez que lo uso no puedo cerrarlo del todo, una gota incesante
en fuga da cuenta de mi fracaso. Lo intento una y otra vez y no puedo dejar la
palanca en ese punto exacto en el que deje de salir el agua. Cada vez que mi
mujer ve la gotera, hace un gesto, me mira con indulgencia una vez más y en un
segundo pone a la palanca en su sitio y deja de salir agua. Yo miro ese proceso
como un prodigio, asombrado por la manifestación de un arte o conocimiento
superior que no me ha sido revelado. (Así ha sido desde que nos mudamos a esta
casa, hace años, sin faltar ni una sola vez.) Ella abre y cierra el misterio
como si sólo abriera o cerrara una llave de agua.
No me he
resignado, pero he comprendido que por alguna razón no puedo cerrar el grifo.
La fuga de agua me acongoja tanto como mi torpeza. Escucho caer las gotas y en
esa clepsidra cuento mis intentos y la dimensión de mi derrota que se extiende
gota a gota en el tiempo.
Pero algo
ha cambiado. Desde hace unos días ha dejado de ser un asunto doméstico y la
palanca del grifo de la cocina es mucho más que la palanca del grifo de la cocina
y la gotera de agua es mucho más que la gotera de agua. Empiezo a sospechar que
no domino el arte de cerrar el grifo porque en ese punto de equilibrio, en esa
posición única, ahí encontraría tal vez algo extraordinario. Sí, me digo, debe
de haber una causa superior, un dios se opone a que yo cierre el grifo porque
en ese acto podría encontrar la piedra de toque de toda una filosofía, el
último verso memorable y perfecto de la lengua española, la respuesta a algunas
de las preguntas esenciales.
Tal vez podría adquirir un poder desmesurado,
cósmico, como el conocimiento del punto en el que la palanca del grifo se
situara en el lugar exacto en el que Arquímedes encontraría el punto de apoyo
que necesitaba para mover el mundo, o tal vez me sería dado, me digo, la gracia
de la visión total, absoluta y aniquilante, el Aleph del que da noticias
Borges, el punto o lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del
orbe, vistos desde todos los ángulos.
Desde que
comprendí la razón de mi incapacidad para cerrar el grifo (para domar al ser
fabuloso), mis intentos son el compás de espera; en ese reloj de agua cuento y
aguardo el momento en que se revelará mi dicha, mi fortuna, mi destino.