Si tras leerlo con atención y con él ánimo dispuesto un libro desfallece, si no nos conmueve y aun nos decepciona, si uno no puede gozarlo dos veces, no habrá valido la pena ni la primera lectura. Esa podría ser una medida que no hace gala de la diplomacia y la cortesía pero no excluye la justicia. Si un libro se nos cae de las manos, si no nos invita a volver a sus páginas, se habrá resuelto el desencuentro.
Alessandro Baricco va más lejos en el caso de los autores: un escritor, dice, no debe leer malos libros. No debe leer aquello que es inferior a su calidad. No hay razón para ello. Si después de unas páginas, las que sean, tres o cincuenta, el escritor encuentra, honestamente, que esa escritura es inferior a la suya, debe dejar de leer.
Inobjetable. Sin embargo, no es tan extraño encontrar lectores que se ha pasado media vida leyendo malos libros con impecable conocimiento de causa. Es posible que lean libros, uno tras otro, hasta el fin, con la certeza absoluta desde la primera página de que se trata de un libro muy malo (por no hablar del cine, las malas películas ejercen una extraña fascinación en no pocos espectadores que vuelven a ellas una y otra vez) y pospongan la lectura de autores mayores y de gran calado por no hablar de los llamados clásicos contemporáneos.
Más allá de los gustos y preferencias, de las discusiones estériles y los arrebatos, la mala prosa ensucia los ojos, se atora en la garganta, favorece la acidez estomacal, fomenta las pesadillas, enciende la cólera, cultiva el mal humor y perturba la razón. No soy partidario de censuras ni autoritarismos, pero hay ciertos productos en formato de libro que son nocivos para la salud.
Insisto: si un libro no vale la pena leerlo dos veces, no habrá valido la primera lectura. Respeto los gustos y las libertades, pero, por favor, oriente y ayude a sus vecinos y compañeros, a sus familiares y amigos: cuidemos la prosa que se consume. Es una cuestión de principios y responsabilidad ciudadana. La mala prosa es nociva, sus daños devastadores. Estamos, a fin de cuentas, ante un problema de salud pública.
28 de abril de 2013
La mala prosa
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