Milan Kundera ha imaginado en el
argumento de una de sus novelas una circunstancia y un personaje que son
conocidos incluso por muchas personas que jamás leerán sus libros. La despedida (escrita en checo y
publicada en 1972, también ha sido traducida como El vals del adiós), se desarrolla en un balnearia al que acuden
mujeres que no pueden tener hijos.
El doctor Skreta, responsable del tratamiento
para la fertilidad de esas mujeres, sabe que “es muy difícil obligar a la gente
a tener en cuenta los intereses de sus descendientes durante el acto sexual” y está convencido de que “el hombre no puede
seguir mezclando permanentemente el amor y la reproducción” y le interesa la “forma
de practicar la reproducción sin amor”. Ante esa situación no encontró mejor
remedio que fecundar a sus pacientes con su propio semen.
Con el riesgo de desprestigiar a los
novelistas, su oficio y su fecunda imaginación, se podría pensar que la necia realidad se empeña en
contradecirlos y nos muestra que tal vez sean atentos observadores pero aportan
poco, muy poco a la relación de sucesos de este mundo.
Por su parte, el azar a
veces urde tan bien sus hilos que la realidad pareciera una suma de
coincidencias y hechos que guardan una estrecha relación. Acostumbrado a ellos,
sólo les presto atención cuando llegan a mí sin buscarlos y con frecuencia ni
siquiera tengo noticia de su existencia.
Fue condenado a cinco años de prisión, se le retiró su licencia para ejercer la medicina y se le concedió el Premio Ig Nobel de Biología en 1992, una burla y modelo de desprestigio por la vileza, bajeza o mezquindad y que debe su nombre a la palabra “ignoble” (innoble) y el apellido “Nobel”. Incluso se filmó una película para la televisión con el caso: The Babymaker: The Dr. Cecil Jacobson Story, también llamada Seeds of Deception, dirigida por Arlene Sanford en 1994.
Nunca se sabrá con certeza el número de hijos que engendró y es probable que su mujer supiera sus fechorías o al menos sospechara de ellas pues destruyó los archivos de la clínica.
Si Milan Kundera en el ejercicio de su oficio hubiera imaginado sin la ayuda de la historia las fechorías de Wiesner y Jacobson, y es muy probable que así fuera, sólo se habrá demostrado, otra vez, además de que las mujeres pueden ser fértiles ante ciertos tratamientos (hay más maridos estériles de lo que se piensa), una verdad que no por sabida deja de sorprender: la naturaleza se empeña en imitar al arte y la realidad suele ser hija de la novela.