30 de diciembre de 2012

La fecunda imaginación

Milan Kundera ha imaginado en el argumento de una de sus novelas una circunstancia y un personaje que son conocidos incluso por muchas personas que jamás leerán sus libros. La despedida (escrita en checo y publicada en 1972, también ha sido traducida como El vals del adiós), se desarrolla en un balnearia al que acuden mujeres que no pueden tener hijos.

El doctor Skreta, responsable del tratamiento para la fertilidad de esas mujeres, sabe que “es muy difícil obligar a la gente a tener en cuenta los intereses de sus descendientes durante el acto sexual” y está convencido de que “el hombre no puede seguir mezclando permanentemente el amor y la reproducción” y le interesa la “forma de practicar la reproducción sin amor”. Ante esa situación no encontró mejor remedio que fecundar a sus pacientes con su propio semen.

Con el riesgo de desprestigiar a los novelistas, su oficio y su fecunda imaginación, se podría pensar que la necia realidad se empeña en contradecirlos y nos muestra que tal vez sean atentos observadores pero aportan poco, muy poco a la relación de sucesos de este mundo.

Por su parte, el azar a veces urde tan bien sus hilos que la realidad pareciera una suma de coincidencias y hechos que guardan una estrecha relación. Acostumbrado a ellos, sólo les presto atención cuando llegan a mí sin buscarlos y con frecuencia ni siquiera tengo noticia de su existencia.


Ahora me entero que Cecil Jacobson, médico estadounidense, en los años ochenta del siglo XX, en su clínica de Virginia, siguió puntualmente las enseñanzas del personaje de Kundera. Exámenes de ADN mostraron que es el padre biológico de al menos setenta y cinco niños y que defraudó al menos a cincuenta y dos mujeres al inseminarlas con su propio semen. 

Fue condenado a cinco años de prisión, se le retiró su licencia para ejercer la medicina y se le concedió el Premio Ig Nobel de Biología en 1992, una burla y modelo de desprestigio por la vileza, bajeza o mezquindad y que debe su nombre a la palabra “ignoble” (innoble) y el apellido “Nobel”. Incluso se filmó una película para la televisión con el caso: The Babymaker: The Dr. Cecil Jacobson Story, también llamada Seeds of Deception, dirigida por Arlene Sanford en 1994.

Dos días después de conocer la historia de Cecil Jacobson, sin que tuviera interés en el tema ni buscara información, me enteré que David Gollancz, abogado inglés e hijo adoptivo, quiso saber quién era su padre biológico (otro hijo que realiza su telemaquia). Descubrió que es hijo de Bertold Wiesner, biólogo austriaco que fundó con su mujer, en los años cuarenta del siglo XX, una clínica de fertilización que alcanzó fama y renombre, la London Barton.

Otra vez las pruebas de ADN, en 2007, revelaron que en una muestra doce de las dieciocho personas nacidas gracias a los tratamientos de Wiesner eran sus hijos. ¡Dos tercios de los niños nacidos eran del propio Wiesner! Cálculos moderados sugieren que entre trescientos y seiscientos niños de los mil quinientos concebidos en la clínica London Barton entre los años cuarenta y sesenta pueden ser hijos de Wiesner, quien murió en 1972, mucho antes de que se descubrieran sus donaciones seminales. 

Nunca se sabrá con certeza el número de hijos que engendró y es probable que su mujer supiera sus fechorías o al menos sospechara de ellas pues destruyó los archivos de la clínica.

Hay que ser cauteloso con lo que uno imagina. Es probable que el Doctor Skreta, el personaje de Kundera, no haya sido el primero de esta pandilla de bribones, pero la única diferencia es que los otros dos son reales y han poblado la Tierra con sus muy particulares tratamientos contra la infertilidad. 

Si Milan Kundera en el ejercicio de su oficio hubiera imaginado sin la ayuda de la historia las fechorías de Wiesner y Jacobson, y es muy probable que así fuera, sólo se habrá demostrado, otra vez, además de que las mujeres pueden ser fértiles ante ciertos tratamientos (hay más maridos estériles de lo que se piensa), una verdad que no por sabida deja de sorprender: la naturaleza se empeña en imitar al arte y la realidad suele ser hija de la novela.


Adenda. Nota del 24 de mayo de 2017. Dice una nota del periódico fechada hoy en Ámsterdam: «Jan Karbaat, un médico fallecido en abril a los 89 años, inseminó en secreto durante décadas a decenas de mujeres que acudieron a su clínica de fertilidad holandesa. En vez de utilizar el esperma de los donantes anónimos que las clientas habían seleccionado por catálogo, Karbaat usaba el suyo.» Al parecer es una historia recurrente. Volvió a suceder la misma historia. Sigo convencido de que la naturaleza y la historia imitan al arte, pero la próxima vez que encuentre la misma historia (solo cambian los nombres y las circunstancias) empezaré a dudar del fecundo poder de la imaginación.