2 de septiembre de 2011

Cantares: cantantes y canarios

Lejos de mi ciudad, buenos amigos me han recibido unos días en su casa. La habitación de los huéspedes da a un patio interior. De un alto muro, colgaban siete jaulas, cada una con un canario. Al observarlos, al escuchar por primera vez su canto, recordé que cuando yo era niño, una tía solterona tenía uno que, por buen cantor, se ganó a pulso el nombre de Caruso.

A mí me gustó mucho el canto de aquellos pájaros, la suave algazara que no cesaba y que llenaba todos los rincones de la casa de mis amigos. Mis anfitriones, tan acostumbrados, ya no le prestaban atención. A mí me deleitaba el canto de los pájaros, me sorprendía que esa alegría (así me lo parecía) viniera de seres en cautiverio. Tal vez esa era su resistencia, la manera de conservar alguna forma de la libertad. Sí, su canto sin fin me parecía dulce y libre, pleno de abellimenti, de audacias vocales.

De vuelta a casa, se me metió en la cabeza la idea de comprar un canario. Tal vez dos, para que hicieran magníficos dúos de amor. Mi hija me dijo con firmeza que no me ayudaría a darles de comer (a pesar de que aprendió a hacerlo) y me ha advertido que su gato se va a menderar (sic) a mi canario. Esas son razones para pensar las cosas por lo menos dos veces. Además, no quiero encerrar un pájaro más en una jaula. Así que tal vez me quede sin canario y sin su canto, y no deja de sorprenderme el deseo de algo que nunca antes había anhelado.

Me consuela un poco saber que siempre podré escuchar mis discos, volver una y otra vez a la voz viril y apasionada, al prodigio del canto total de Rolando Villazón, hermanito menor, o a la seducción dulce de Melody Gardot (últimamente escucho sus canciones, que algo me dicen, aunque todavía no sé qué), y entre ellos, el abanico enorme de las voces de muchos y magníficos cantantes.

No me quedaré sin música, sin canto, pero cualquier resignación exige un poco de humildad. En eso estoy. Así, entre decenas y decenas de discos, tendré que renunciar a esos extraños conciertos, a no escuchar en las mañanas, en mi casa, los fines de semana, el canto incesante, silvestre, absurdo y noble de un canario.