Como Alicia atraviesa del espejo, como el personaje de “El otro cielo”, el cuento de Cortázar, que va de Buenos Aires a París con sólo cruzar una galería o pasaje, así, a medianoche, frente a Gil se detiene un coche viejo, él se acerca, se sube y ya está en el París de los años veinte, casi un siglo antes, en un viaje fantástico y estimulante.
Midnight in Paris es una película de Woody Allen del género cinematográfico películas-de-Woody-Allen, en la que la ficción dentro de la ficción, el rizo del rizo, la última vuelta de tuerca se dibuja en la sonrisa aquiescente de los espectadores.
Gil es feliz en el pasado, conviviendo con gente del tiempo de sus abuelos o bisabuelos, cree que el presente es simple, pobre, nada excitante. Don Quijote ya sabía que hay que mirar en la historia para encontrar la Edad de Oro, y aun antes Jorge Manrique creía que cualquier tiempo pasado fue mejor. Antaño, antier, ayer, hoy en la mañana, sí, el pasado, y en otro lugar. Hay, madre, un sitio en el mundo que se llama París, escribió César Vallejo desde París.
Henry Miller pensaba que Europa era un lugar en el que todavía el arte tenía que ver la vida, y se fue a París. La vida está en otra parte, pensó Milan Kundera y se mudó a París. Gil, el personaje, se quedará en París. La lista completa de los nostálgicos insatisfechos sería casi interminable.
Incluso conozco a alguien que en el verano de 1984 iba en las tardes al Old Navy del Boulevard Saint Germain a esperar a que se sentara a su mesa el joven fantasma de Julio Cortázar. Sí, también éste se había mudado muchos años antes para vivir y escribir y morir en París.
Si yo hubiera vivido allá, ayer, si hubiera conocido a Cortázar o a Picasso o a Scott Fitzgerald, si hubiera vivido los fabulosos veinte, en el siglo XIX parisino, en el Renacimiento, en la Grecia clásica... sería feliz, parecieran decir todos ellos, y por supuesto tienen razón.
No cesamos de pensar en lo que no fue y lo que pudo haber sido. Nos pasamos media vida mitificando otro tiempo, otro lugar. Pareciera que hay una fractura con el entorno, estemos donde estemos, y que el tiempo presente se ha roto, y no es ningún consuelo saber que siempre ha sido así.
Ahora Allen, como si hiciera falta, nos lo ha vuelto a recordar. I Believe in Yesterday, cantaban los Beatles. No hay remedio, no hay consuelo, estamos condenados al presente, pero al menos, cinematográficamente, siempre nos quedará París.
6 de septiembre de 2011
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