28 de mayo de 2021

El infinito en un junco

Desde que a fines de 2019 fue publicado, El infinito en un junco se reveló como un éxito editorial; en sí mismo, como libro, en su escritura, ya era desde su concepción algo extraordinario.

La crítica y los testimonios de los lectores coinciden: estamos ante un libro asombroso. Y sí, lo es. Busco algunas claves y encuentro que es un ensayo brillante, lúcido y luminoso, que rezuma historia, conocimiento e incluso sabiduría. Canta y cuenta la historia de los libros en el mundo antiguo desde hoy, y la vincula con nuestro tiempo. El pasado remoto se engarza con el mundo de hoy: lo aclara, lo explica.

Este libro es la prueba de que un texto erudito, escrito desde el estudio y el conocimiento académico, por una persona con un doctorado en filología, no tiene por qué ser un texto escrito, como es al uso, en una jerga técnica incomprensible y aún pedante. Me refiero a esos documentos hechos para ganar grados, cátedras y puntos en el escalafón burocrático universitario y no para transmitir conocimiento e incluso goce a los lectores.

El infinito en un junco es un libro que puede comprenderlo un estudiante de bachillerato y los gerifaltes de los departamentos de estudios clásicos. Pero además, para lograrlo, Irene Vallejo no sacrificó rigor ni calidad; la bibliografía y las fuentes son impresionantes, y su aprovechamiento es realmente notable, y todo ello sin necesidad de citas y notas. Irene Vallejo ha escrito un libro asombroso, poético; un hito entre los ensayos de divulgación y reflexión.

Irene Vallejo ha recibido por su notable obra (también es autora de novelas y relatos) algunos premios y seguramente le concederán otros más. El infinito en un junco empieza a ser traducido a otras muchas lenguas, y quizá pronto se incorpore, aunque sea en algunos capítulos, a los programas de estudio; y con toda seguridad será leído en círculos de lectura, seminarios y talleres literarios. 

Al ser leído en muchas lenguas y diversos ámbitos, no sólo en las aulas universitarias, me preguntó si Irene Vallejo no ha hecho, sola (como su compatriota María Moliner en el ámbito de la lexicografía), más por las humanidades que lo que han logrado ministerios y secretarías de Educación con los medios y presupuestos gigantescos; antes al contrario, me parece, porque pareciera que su misión es minimizar, relegar, eliminar e incluso desaparecer la filosofía, la ética y las humanidades de los programas de estudio, apoyos y bibliotecas, en una tendencia que parece imparable aquí y allá. 

Quizá Irene Vallejo está dando una gran batalla por revertir esa insensatez. Tal vez está contribuyendo decisivamente a una revaloración de los estudios clásicos, a mantener encendida una llama por la que los interesados y llamados (acabaran por ser los elegidos) puedan seguir acercándose a los autores a los que nos debemos como civilización. 

No puedo imaginar qué sucederá el día que los enemigos de la cultura clásica logren, en nombre de la tecnología y el big data y la inteligencia artificial, desconectarnos del origen, de la fuente, con lo mejor de nosotros mismos, en una tradición que, si la perdemos, será como perder la memoria: dejaremos de saber quiénes somos, de dónde venimos y, por supuesto, a pesar de toda la tecnología de que podamos disponer a nuestro servicio, a dónde vamos. 

Irene Vallejo ha dejado muy en alto las expectativas de otros libros suyos. El infinito en un junco, salvo en saltos y pasajes, se centra en el mundo antiguo. Le falta (puedo decir: nos debe) la historia del libro en la edad media y el libro, en la edad moderna, a partir de la invención de la imprenta. Estos temas bastarían para otros cientos de página de prosa elegante y diáfana, de reflexiones lúcidas y hechos asombrosos. 

Ojalá Irene Vallejo continúe ese camino y pronto nos ofrezca la continuación de este singular y delicioso ensayo, una pieza mayor de gran literatura.