15 de mayo de 2021

El andar de una escritura urgente

Un andar solitario entre la gente es el libro más extraño de Antonio Muñoz Molina. No se parece a ninguno de los muchos anteriores, y ni siquiera está claro en qué género inscribirlo; se le ha considerado una novela, lo cual está muy bien si tomamos la más laxa de las definiciones posibles.

La clasificación es ociosa y estéril, pero el desconcierto ante un texto tan libre y fragmentado revela la importancia de la forma y las posibilidades que ésta ofrece a los autores de talento, a un novelista artesano

A Muñoz Molina no le interesaba contar una historia, sino lo inmediato, el devenir incesante del presente. Pequeñas historias, anécdotas personales y familiares, recuerdos, evocaciones, todo cabe en el gran flujo de la obra para formar un collage que preserve la textura del momento, del aquí y ahora. Esta escritura urbana está formada por secuencias muy cortas que recogen el ambiente, el vértigo, la vida en la calle, el enorme enjambre. El presente efímero. El ritmo de la ciudad. Se trata de consignar la vida.

El epígrafe de Joyce es una llave maestra: no se debe de planear un libro de antemano, ya tomará forma conforme uno escribe sometido a los impulsos emocionales. La mirada, la intuición, los sentidos muy atentos son la clave para aprehender, como puede hacerlo la fotografía en un plano, todo lo que sucede alrededor.

En esta escritura se desdeña por una vez la gran historia, el pasado, el tema mil veces pensado para una novela. Ahora se trata de escribir, como un escribiente de lo inmediato, de lo que está a la mano. Se trata de escribir lo que está frente a los ojos, recoger las voces de la calle, los letreros y avisos, los anuncios, los eslóganes comerciales, los titulares de los periódicos. La publicidad incesante que nos asalta a cada paso, las noticias, el incesante ruido y la música, las conversaciones ajenas; se trata de fijar lo fugaz, la vida en la ciudad, donde los estímulos no tienen fin.

Todo debe estar ahí, la prisa, la producción incesante de bienes, de ruido, de basura; también de cultura. La reivindicación de lo tangible, la experiencia como «una práctica de campo». Mirar el mundo fuera de la cotidianidad. Mirarlo por primera vez como no se le ha mirado. Mirar, oír, oler, sentir: tomarle el pulso a la mañana en la que todo fluye.

Todos los recursos son válidos para documentarse: registrar el instante como una crónica con la grabadora del iPhone. Hacer fotos, videos. Tomar notas a vuelapluma: como hacer el registrar la vida.

En este libro urbano destaca, con justicia, una suerte de homenaje a aquellos célebres caminantes de la ciudad: Thomas de Quincey, Edgar Allan Poe y Charles Baudelaire. Aparece las evocaciones de otros libros callejeros «El spleen de París, Calle de dirección única (Walter Benjamin), Libro del desasosiego, Poeta en Nueva York, “El hombre de la multitud”.» (Vale recordar que uno de los primeros libros de Muñoz Molina se llama El Robinson urbano, y también es una mirada de un robinson a la ciudad.)

Hay que escribir de prisa. Escribir en los diarios, de lo urgente y lo inmediato; bajo las reglas del juego, en esta ocasión no es el tiempo de la larga novela afanosamente lograda con un descomunal esfuerzo de años. Todo lo contrario. El novelista se olvida de lo trascendente y se ocupa, cronista de lo fugaz, de lo inmediato, en textos breves, trozos de escritura que juntos formarán un gran mosaico. 

La escritura fragmentaria de lo inmediato no acaba, no llega a su fin porque no hay final. El flujo de la vida sigue.

La escritura busca lo inacabado, lo caótico, lo fragmentario, lo accidental; escribir con la ligereza de un dibujo rápido, con el descuido de las notas o del primer borrador, como si esa escritura fuera el acta del día, y mirarla con asombro y alegría, sin consideraciones estéticas.

Esta novela, en realidad esta escritura, sin forma convencional, no aspira a inscribirse en ningún género. Impone su orden, y en su condición de escritura abierta (en un cuaderno abierto), a partir de entradas libres y sin condiciones, se abre y gana una contundencia arrolladora. Se erige como una existencia que propone un orden donde no lo hay porque la vida es caótica y todo sucede al mismo tiempo y no cesa de suceder en todo momento y lugar. Testimonio del orden del caos de cada día.

La escritura de la ciudad, una tarea inabarcable, sólo posible en fragmentos, por instantes, en sesiones de escritura muy breves. La tarea es enorme: atrapar el presente efímero. Y Muñoz Molina lo consiguió. El autor está dentro y fuera del libro. Es observador y protagonista. 

La larga secuencia de la caminata a la casa de Poe, cruzando literalmente Manhattan de punta a punta, como una excursión literaria mientras se atraviesa Nueva York, es en verdad notable, un ejercicio de expiación, en busca de Poe o su fantasma. Ese relato bastaría para justificar el libro, y es uno de los más grandes homenajes que se la ha rendido a un escritor.

Escritura de excepción, obra maestra, singular, Un andar solitario entre la gente no es un libro para los lectores anclados en la novela convencional. Pero es una maravilla.