José Saramago cuenta en Cuadernos de Lanzarote (1993-1995), un diario de aquellos años, en un apunte del 7 de octubre de 1993, que el Nobel ha sido para una «escritora norteamericana negra, Toni Morrison [...] su nombre me era totalmente desconocido. Pero valorando las declaraciones de la premiada y por lo que he podido saber ahora de su vida, el premio ha sido muy bien dado». Y da a entender que buscará sus libros.
Al parecer, el entusiasmo por la literatura de Morrison le duró poco. En un apunte del 18 de febrero de 1994 dice:
«Lo imposible continúa aconteciendo. En la novela Jazz de Toni Morrison hay un personaje que mata a la mujer a quien amaba. Por amarla demasiado, explicó. Parece absurdo, pero los novelistas son así, ya no saben qué más inventar para captar la fatigada atención de los lectores. Estas cosas, en la vida, no suceden. Suceden otras.»
Saramago no cree que una persona o un personaje (no es lo mismo; y el terreno es resbaloso para esas confusiones) mate a quien amaba. Y luego explica lo que sí sucede en la vida:
«Ahora, en Francia, un muchacho de veintipocos años preguntó a su novia, más joven que él, si sería capaz, para probar su amor, de matar a una persona. Ella respondió que sí. Ocurría esto en un café. En una mesa cerca estaba otro chico, éste de dieciocho años. Los novios entraron en conversación con él, poco después era como si fuesen amigos de siempre. Ella, con señales que hasta un ciego entendería, empezó a seducir al muchachito. Salieron juntos. A cierta altura ella dijo al novio: "No vengas con nosotros. Nos vamos al jardín". El de dieciocho años adivinó la aventura fácil y se fue con la chica. En un rincón escondido ella sacó una pistola del bolso de mano y mató al muchacho. Toni Morrison no sabe nada de la vida. Lo imposible sucede siempre, sobre todo si es horrible.»
Tal vez Morrison no supiera nada de la vida. Pero Milan Kundera (El arte de la novela, Vuelta, 1988), que estaba a un lado, al menos en mi biblioteca, como si estuviera en la mesa contigua de un café y hubiera escuchado el regaño a Morrison, le dice a Saramago que es él quien nada sabe sobre la novela:
«Hay que comprender lo que es la novela. Un historiador relata acontecimientos que han tenido lugar. Por el contrario, el crimen de Raskólnikov jamás ha visto la luz del día. La novela no examina la realidad sino la existencia. Y la existencia no es lo que ha ocurrido, la existencia es el campo de las posibilidades humanas, todo lo que el hombre puede llegar a ser, todo aquello de que es capaz. Los novelistas perfilan el mapa de la existencia descubriendo tal o cual posibilidad humana. Pero una vez más: existir quiere decir: "ser-en-el-mundo". Hay que comprender como posibilidades tanto al personaje como a su mundo. En Kakfa, todo esto está claro: el mundo kafkiano no se parece a ninguna realidad conocida, es una posibilidad extrema y no realizada del mundo humano.»
La lección de Kundera merece nuestra atención. Reconozcamos de una vez que la novela se ocupa de lo que sucede, puede o podría suceder. Entonces, el personaje de Morrison sí puede matar a la persona que ama, es una posibilidad de la existencia. Mientras Saramago concibe la novela atado a la historia (crónica), a una limitada concepción de la verosimilitud que admite lo que sucede y podría suceder pero rechaza (por estrechez o prejucios) lo que cree que no puede suceder.
Repensar las obras de estos autores bajo esta premisa no es un ejercicio vano. Todo lo contrario. Dos concepciones opuestas de la función y posibilidades de la novela arrojan luz sobre la obra de los dos nobel, la obra de Kundera y la novela en general. En la novela sucede lo que acontece por obra y gracia de un novelista, incluso que un personaje mate a la mujer que amaba por amarla demasiado, aunque otro novelista no lo crea posible. No es fácil de aceptar, pero hay que admitir que ese crimen es una posibilidad de la existencia.
Morrison sí sabía lo que escribía, que la novela examina las posibilidades, la potencia de lo que puede ser, las inagotables experiencias de la existencia humana.