He conocido a un hombre sin atributos. No conozco la novela de Musil, pero la idea de un hombre sin atributos es tan poderosa que traspasa y supera el ámbito de lo novelesco para incorporarse a la vida con una intensidad y fijeza que permanecen una vez que hemos cerrado cualquier libro.
He visto a un hombre así, y el hallazgo es tan intenso que no es fácil sacudirlo de la memoria, olvidar su presencia sin sustancia. Definirlo sólo es posible por ausencia, por sus evidentes carencias, que no aluden a la cobardía, la timidez, la ignorancia, la mala educación o la depresión emocional, sino a un dejarse estar que bien podría ser abulia. He conocido a un hombre más árbol que animal.
He conocido a un hombre al que no lo mueve el bien ni el mal, que no lamenta la falta de virtudes y que tampoco adolece de defectos evidentes o los rasgos más expuestos de los llamados pecados capitales. Nada lo mueve, ni la ambición, el dinero, la fama, las artes, la lucha política, la emoción de los deportes o la belleza de las mujeres. No aspira a mejores condiciones de vida ni se asombra ni se exalta, ni opina porque dice que no tiene opinión. No es simpático ni odioso. No se alegra, no se enfada, no sonríe pero tampoco se entristece.
Encontré un hombre que va con paso cansino y mirada resignada, uno que podría no hacer ni decir nada, nunca jamás. Pero tampoco ha dominado las pasiones de este mundo para encontrarse cerca de la Perfección, del Señor, de la Paz o del Nirvana. El hombre sin cualidades es casi un hombre normal, puede tener un empleo, una familia, pero su corazón o ánimo o espíritu atrofiado lo dejan a la vereda del camino de una plena vida humana.
José Ingenieros escribió El hombre mediocre, libro que leí hace muchos años como lectura obligatoria, y del que no recuerdo casi nada salvo la reflexión sobre esos hombres que renuncian tácitamente a gozar y zambullirse en la vida. Tal vez su secreto deseo es disolverse en la luz, desaparece en el aire, en la nada.
No soy de la estirpe de Odiseo, de los héroes, y me reconozco en una odiosa serie de defectos. Aquí sólo quiero dejar constancia, sin sentirme mejor que ningún hombre, que he conocido a uno cuya existencia se antoja inverosímil, incluso como personaje.
No afirmo nada, no pretendo hacer juicios, sólo quiero decir sin arrogancia que he conocido a un hombre extraño cuya existencia espanta, que he visto con azoro lo increíble: un hombre sin cualidades.