2 de marzo de 2016

Bomberazo

Esta fea palabra, muy posiblemente mexicana, es la quintaesencia de la burocracia y la administración pública, aunque no la reconozca ni dé noticias de ella el Diccionario de la Lengua Española.

Su nombre alude por analogía a la urgencia con la que los heroicos bomberos acuden a apagar un fuego y al auxilio y rescate en otras situaciones de peligro. Así, los oficinistas tienen que realizar un trabajo con urgencia, como si estuviera en peligro la vida de alguien, como si un edificio ardiera en un fuego devastador.

Bomberazo es el trabajo que hay realizar ahora mismo, para hoy mismo, y de cuya urgencia y necesidad nadie se había percatado. Ayer no estaba programado, hoy demanda toda la atención de una oficina, un departamento, una subdirección, una dirección de área, una subdirección general, una dirección general, una subsecretaría, una secretaría de Estado... ¡que alguien llame a los bomberos!

Los oficinistas veteranos cuentan anécdotas, hazañas memorables, sesiones sobrehumanas de veinticuatro y hasta cuarenta y ocho horas casi sin dormir, en las que comieron apenas cualquier cosa, sin salir de la oficina. Algunos lo hacen con jactancia mal disimulada, orgullosos de esas batallas libradas contra plazos imposibles y documentos indispensables. Y aunque esas urgencias casi nunca podrían ofrecer una explicación sólida y justificada, muchos oficinistas, como los bomberos, se sienten orgullosos de apagar fuegos (burocráticos), de servir a la patria.

El bomberazo es un monumento a la ineficacia y la ineficiencia, a la improvisación y la ineptitud. Es la depurada expresión de la más elemental falta de visión, previsión, planeación y programación. Es la demostración impecable de que los procesos administrativos de meses pueden desahogarse y resolverse en una horas de febril actividad. Es la obra cumbre del oportunismo político para servir al jefe con servidumbre, para darle la oportunidad de lucirse con el jefe del jefe. El bomberazo ofrece la ocasión impecable para destacar en busca de la adulación. Con frecuencia es poco más que un capricho.

Y casi siempre tan inútil como urgente. A veces, los esfuerzos de los bomberos no impiden la devastación que produce el fuego. En cualquier caso, es tan común como frecuente y aceptado, tan arraigado entre los usos y costumbres, que me extraña que en el calendario cívico no exista un día dedicado a reconocer el esfuerzo admirable de sofocar, de acuerdo con la normativa vigente y en tiempo y forma, un bomberazo.