14 de enero de 2016

Europa está en sus cafés

Dice George Steiner en su conferencia «La idea de Europa» (Fondo de Cultura Económica-Siruela) que si trazamos el mapa de los cafés, tendremos uno de los indicadores esenciales de un hallazgo asombroso: Europa se halla a sí misma en sus cafés, en la esencia que los anima.

Encuentro encantadora esta atípica identificación de una seña de identidad, la primera de cinco que Steiner menciona y llama axiomas. (Recuerdo, mientras escribo estas líneas, la conferencia que dictó, hace muchos años, en el teatro del Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México. Las palabras del gran crítico fueron deslumbrantes, e inolvidable la imagen del viejo profesor ante un escritorio, asistido por su hija, en un escenario que suele ocupar, por buscar autores y semejanzas, Rodolfo el de La bohème o de vez en cuando el protagonista de Andrea Chénier: sí Steiner también es un poeta. Por una vez ese teatro fue un café.)

La calidad de la prosa y la claridad de su pensamiento le dan a Steiner una dignidad de autoridad venerable, y a sus opiniones y juicios el peso de verdad revelada e inapelable: «Europa está compuesta de cafés. Éstos se extienden desde el café favorito de Pessoa en Lisboa hasta los cafés de Odesa frecuentados por los gangsters de Isaak Bábel. Van desde los cafés de Copenhague ante los cuales pasaba Kierkegaard en sus concentrados paseos hasta los mostradores de Palermo.»

Aclara que en Rusia no hay cafés, y que en Inglaterra sólo fueron una moda pasajera en el siglo XVIII que al parecer vuelve a asentarse. Y concluye que en Estados Unidos hay bares, pero no cafés. Y «el café es un lugar para la cita y la conspiración, para el debate intelectual y para el cotilleo, para el flâneur y para el poeta o el metafísico con su cuaderno». Sí, eso es un café europeo, y el medio que fomenta ese aislamiento en público y esa convivencia que tan fecunda ha sido a las ciencias y las artes.

Sí, un café «está abierto a todos; sin embargo, es también un club, una masonería de reconocimiento político o artístico-literario y de presencia programática. Una taza de café, una copa de vino, un té con ron proporcionan un local en el que trabajar, soñar, jugar al ajedrez o simplemente mantenerse caliente todo el día.»

Steiner sabe lo que dice, le da dignidad literaria y lo pone en el centro del problema de la cultura. Así que eso son los cafés. Los pubs ingleses o los bares irlandeses son lugares para ir a beber y contar historias: muchas de las mejores historias de la literatura han sido contadas en esos sitios, que no son cafés. Un café es un lugar donde se puede ser europeo, es decir: «tratar de negociar, moral, intelectual y existencialmente los ideales y las aseveraciones rivales, la praxis de la ciudad de Sócrates y de la de Isaías.»

En los cafés se hacen tertulias, se reúnen los amigos, se han escrito libros esenciales, se han fijado ideas trascendentes, han cuajado movimientos artísticos y literarios. Se han discutido tesis, teoremas, se han formulado axiomas y leyes. En los cafés se ha hecho política, se han redactado manifiestos y constituciones, se han diseñado programas políticos, se han hecho conjuras, se ha planeado la revolución. Un café también es un sitio fértil a la felicidad. ¡Qué lugares magníficos son los cafés! ¡Guarda memoria los grandes momentos vividos en ellos!

En cada ciudad hay al menos uno histórico y aun egregio. Julio Cortázar, en el capítulo 132 de Rayuela hace una lista de ellos, desde la pura nostalgia, como un lamento, como si cantara un tango. Es una pena que esos cafés europeos tiendan a desaparecer en mi ciudad.

Los sitios para celebrar un poema o la amistad, para leer con furia y pasión una gran novela o un ensayo histórico, para el encuentro fugaz con uno mismo, desaparecen a golpes de modernidad y especulación inmobiliaria. Ocupan su sitio en el gusto y la preferencia de tantos parroquianos esos sitios uniformes, levantados uno tras otro en cadena, en franquicia, que ya no son cafés como aquéllos. ¿Dónde ser europeo? ¿Dónde celebrar la idea de Europa? Steiner tiene razón. Y por pura nostalgia, también Cortázar.