Salvador Elizondo cuenta en su Autobiografía sus ambiguas impresiones de Le bleu du ciel de Georges Bataille. Por un lado, dice que fue
el primer libro en su vida que lo subyugó por completo al margen de sus
virtudes literarias (que son muchas y pocas a la vez), que es un libro
irritantemente mal escrito, desorbitado y febril en el que, sin embargó,
encontró «en sus deducciones espeluznantes acerca de la relación entre el coito
y la muerte [...], entre las descripciones más desquiciadas de todos los actos
excretorios del cuerpo humano y sus imágenes sospechosamente entusiastas del
nazismo, algo así como la visión pura de lo que es pasión».
El juicio es Salvador Elizondo en estado puro, temerario y brillante,
pero sobre todo una invitación para adentrarse en las páginas de esa
novela, un sendero en clave al pensamiento de Bataille. Luego, en un
episodio más de esa inverosímil cadena de hallazgos y sucesos como señales
en el camino que urden con una trama secreta los hechos significativos de
la vida (aunque no siempre veamos el vínculo y el dibujo completo, el
perfil de la silueta), un personaje de Elogio
del amor, la película de Godard, dice para juzgar una obra: «Bueno, no es El azul del cielo...» Entonces
comprendí que tenía que buscarla.
Yo lo pensaba un libro casi secreto, no traducido o
imposible de conseguir, tal vez publicado en una edición semiclandestina o
pirata agotada hacía muchos años. Fue casi una decepción pedir noticias de
él en una librería y que en un instante pusieran en mis manos un ejemplar
de Tusquets, reimpreso en México hace unos años.
Encontré un texto lúcido, amargo y provocador. Lo leí con
furia, con entrega, con la urgencia de librarme de ese libro cuanto antes
o de agotarlo y descubrir sus secretos lo más rápido posible. No tomé notas,
no lo subrayé ni señalé. Nada. Fue una lectura pura en busca de la esencia
cerúlea del cielo. Pospuso esas costumbres para la segunda lectura, que se
me antojaba tan obligatoria como necesaria.
En su intensidad, en la fuerza de las palabras (a pesar de
la traducción), en su capacidad para llevar situaciones al límite, recorrí
un sendero que todavía dice mucho sobre la voluntad y la autodestrucción,
el egoísmo, el vacío y el desamor. Me sumergí en una historia tan poco
edificante como intensa.
Sí, es evidente que la obra habla de un Bataille apresurado, al
límite, que tiende al fin de su horizonte un vaso comunicante que puede
estimular la angustia de Elizondo. Terminé de leer El azul del cielo como si llegara no
al final de un libro sino de un camino. Bataille mismo da la clave: los que
importan son los relatos que revelan la verdad múltiple de la vida, los que
enfrentan a los hombres con su destino.