25 de noviembre de 2013

¿Por qué escribimos?

Tres autores convergen en una respuesta clara y simple: escribimos porque tenemos el deseo de hacerlo.

Dice Federico Campbell (Post scriptum triste): «la enseñanza de Juan Rulfo es que no tiene sentido escribir; que no vale la pena escribir si no es para lograr una obra maestra: y, sobre todo, que en cuestiones de literatura la cantidad de libros publicados no tiene nada que ver con la calidad, como suele darse a entender en un medio donde aparecen tantas novelas escritas sin deseo. Juan nos hizo ver que lo que importa en esta vida es el deseo.

»Su enseñanza es de un orden que sólo podríamos adjetivar con una palabra que prácticamente ya no quiere decir nada en nuestro medio: ético. Lo importante no es escribir cuando se tiene algo que decir sino cuando se tienen deseos de hacer.»

Dice V. S. Naipaul (Leer y escribir): «Los libros posteriores surgieron como el primero, impulsado únicamente por el deseo de escribirlos, con una percepción intuitiva, inocente o desesperada de las ideas y los materiales, sin comprender plenamente a dónde podían llevarme. El conocimiento llegaba con la escritura.»

Dice Antonio Muñoz Molina (“Cuaderno en blanco”): «No se busca un cuaderno porque se sienta la necesidad o el deseo de escribir algo. Se escribe algo porque se tiene un cuaderno, porque su forma y sus hojas en blanco nos despiertan el deseo de escribir, de anotar, de descubrir.»


En el principio está el deseo, la imperiosa necesidad de escribir. Luego, toma forma la escritura, una posición ética, y ante propia escritura, la sed de fijar palabras, asoma el asombro, el conocimiento, la revelación, la sorpresa del hallazgo. 

La escritura es el deseo en movimiento, un viaje textual al fondo de uno mismo.