10 de noviembre de 2013

La permanencia literaria de un amor

Edna Lieberman conoció a Roberto Bolaño en México cuando eran muy jóvenes, ella no llegaba a los veinte, él era unos años mayor. Luego se encontraron en Barcelona. Un día él la invitó a tomar un café con leche. Ese encuentro fue decisivo. El amor que a todos ronda, sobre todo en la juventud, hizo lo suyo. Entonces decidieron vivir juntos. Un año después, más o menos, se separaron. Edna se fue a Italia. No volvieron a verse. Bolaño no la olvidó. La evocó como un personaje clave y recurrente a lo largo de sus libros.

Todo esto, su particular ajuste de cuentas con ese amor, esa historia inconclusa, su tomentosa relación con Bolaño lo cuenta Edna en su libro Cartas a mi fantasma (Editorial Terracota). A mí me la contó un sábado en la mañana mientras tomábamos café en la terraza de una librería muy bella y particularmente bien surtida. Me habló de su encuentro tardío con la obra del escritor chileno. De su creciente sorpresa al ver su nombre o ser aludida sin posibilidad de error o confusión a lo largo de muchos libros y muchos poemas. “Roberto nunca me olvidó”, me dijo Edna. “Te lo voy a demostrar”.

Entramos a la librería, abría un libro y me mostraba dónde aparecía. Tomaba otro y volvía a decirme quién y cómo era en esa obra. A veces, su mención es textual, con todas sus letras, su identidad apenas se oculta bajo velos translúcidos, puestos más para mostrar que para ocultar.

A lo largo de toda la obra, a lo largo de casi treinta años, Edna aparece como Edith Oster en Los detectives salvajes; en Amberes es la mexicana, judía, pecosa, de piernas flacas y pelo caoba; en Tres, es la desconocida que desaparece en su Atlántida; en Llamadas telefónicas, la mexicana; en 2666 es Edna Miller; en Los sinsabores del verdadero policía es Edith Lieberman.

También está presente en la poesía. Entre otros, en los poemas “Musa”, “Te alejarás”, “En realidad quien tiene más miedo soy yo”. En otros poemas la evoca por su nombre: uno se llama “Para Edna Lieberman” y otro “El fantasma de Edna Lieberman”, que dice:

Te visitan en la hora más oscura / todos tus amores perdidos. / El camino de tierra que conducía al manicomio / se despliega otra vez como los ojos / de Edna Lieberman, / como sólo podían sus ojos / elevarse por encima de las ciudades / y brillar. / Y brillan nuevamente para ti / los ojos de Edna / detrás del aro de fuego / que antes era el camino de tierra, / la senda que recorriste de noche, / ida y vuelta, / una y otra vez, / buscándola o acaso / buscando tu sombra. / Y despiertas silenciosamente / y los ojos de Edna / están allí. […]

Estos testimonios, estas menciones, esa presencia constante de Edna en la literatura de Roberto Bolaño dicen mucho de la importancia que tuvieron uno para el otro en sus vidas. Para él, a lo largo tantos años y tantos libros. Para ella, a partir del descubrimiento del lugar que tiene en tantas páginas del escritor que la amó. Yo leo y escucho con asombro, pienso en esa memoria viva, en esa constancia, en esa permanencia literaria del amor.