5 de agosto de 2012

En busca de un nombre

Venía hacia mí. A unos metros de distancia su silueta de golpe me fue familiar. Alto, regordete, con su andar cansino, despreocupado, tal como era cuando lo conocí, en la universidad. Caminábamos en una avenida ancha, él de sur a norte, yo de norte a sur. Nos acercamos un poco más y de pronto su rostro, a pesar de mis ojos, fue nítido. Iba silbando, un tanto distraído, sin prisa por la acera.

Recordé de golpe todo lo que sabía de él, la música que escuchaba, los libros que leía, su interés por la historia, su erudición en la Revolución Francesa. Era él. Apenas había cambiado en tantos años. El mismo corte de pelo, casi al cero.

Vestía como solía hacerlo en los años universitarios: los pantalones vaqueros, la camisa a cuadros, los mocasines. Lo recordé todo de él, menos su nombre. Faltaba sólo un instante para que pasara a mi lado en la avenida y yo buscaba su nombre, me esforzaba, escarbaba en la memoria.

No fuimos buenos amigos, pero nos tratamos con familiaridad y confianza. Siempre fue educado, cortés. Convivimos, hablamos, discutimos, teníamos amigos comunes. Sabíamos nuestros nombres, quiénes éramos. Debimos de haber seguido tres o cuatro cursos juntos, ahora juraría que al menos uno de Ciencias Políticas y otro de Derecho, tal vez de Economía Política.

Pasó a mi lado en la avenida y yo lo miraba, esperaba que me reconociera. Nos hubiéramos saludado y conversado un momento. Tal vez nos hubiéramos preguntado cuántos años han pasado desde la última vez que nos vimos. ¿Tienes hijos? ¿Vives por aquí? ¿A qué te dedicas? Que te vaya bien, nos hubiéramos dicho.

Pasó a mi lado y acaso él no sólo ha olvidado mi nombre sino que tampoco me reconoció. Yo no le hablé porque no sabía su nombre. Pasó a mi lado tal vez sin verme y cada uno siguió su camino. Se hizo un hombre sin nombre. Después de tantos años la memoria guardó su rostro, su manera de vestir, algunos rasgos de su vida, pero no su nombre.

Seguí mi camino, no volví la mirada. No era necesario. Yo no quería hablar con él y no buscaba una silueta, yo buscaba un nombre. No lo he encontrado. La memoria es un misterio, un prodigio, una condición de vida, un laberinto caprichoso, un pozo oscuro y la fuente primaria de la identidad.

Sin la memoria, sólo seríamos cada instante, presencia efímera sin rastro, como una flor en el rosal o un pájaro en vuelo. Aquel suceso en la avenida no tendría la menor importancia si no fuera porque han pasado los días y aún sigo buscando, inventando, recordando un nombre.