«Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.»
Sí. Es él. Y guardar distancia no es cobardía. Para sobrevivir es necesario alejarse. Pero la huida no nos libra del dolor.
«Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz.»
Crecen incesantes en la vigilia y en la pesadilla. De día y de noche. Estoy sitiado.
«La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.»
La máscara ya no oculta: revela. Cambia y siempre es la misma. Además, ciertamente, es la única posible.
«¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la Biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?»
Sirven para ser. Para darle identidad a la existencia. Pero es verdad que esos talismanes son inútiles y estériles ante los embates del amor. Ante ellos me declaro inerme y frágil.
«Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.»
Y pareciera que ordenas el alba y el crepúsculo. Regulas las horas y su paso. Y en ausencia, tengo la certeza de que estoy en un tiempo vacío.
«Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.»
Es verdad. Crece el desasosiego. Y hay más signos de que la paz no vendrá.
«Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.»
Tu voz mitiga el dolor. Un poco de veneno pareciera un bálsamo. Y el engaño de la ilusión, la esperanza inútil como aguardar lo inesperado. Pero persiste la traición de la desmemoria, y la constante ausencia en que se fuga el devenir de las horas.
«Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.»
Con sus engaños y mentiras. Con el encanto de sus ilusiones. Es un prestidigitador poderoso que nubla la razón.
«Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.»
Y una calle. Tampoco frecuento un parque, una cafetería, un bistró. Un barrio entero. Acabaré por sentir que mi vulnerabilidad se extiende por toda la ciudad que habita.
«Ya los ejércitos me cercan, las hordas.»
Para eso crecieron los muros de su cárcel. Estoy en sus manos. No puedo escapar de ti, no puedo irme de mí.
«(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)»
Es irreal, por eso un refugio, un consuelo. Acaso una ilusión. Lo que ella no ha visto, gran ordenadora del mundo, acaso no existe.
«El nombre de una mujer me delata.»
Sí. Lo pienso y lo susurro, lo digo en silencio y a viva voz. En un grito. Lo saben los objetos y los pájaros, los árboles y la luz.
«Me duele una mujer en todo el cuerpo.»
El dolor es físico, real. Ella duele. Y sé bien que el dolor no cesará.
5 de octubre de 2025
Glosa de "El amenazado", de Borges
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