3 de septiembre de 2024

Contratiempo

Dos astronautas estadounidenses, Butch Wilmore y Suni Williams, están en la Estación Espacial Internacional desde junio y no pueden volver a la Tierra. Su misión debía durar una semana, pero se prolongará hasta febrero del 2025, cuando otra nave vaya por ellos. Será un viajecito de nueve meses. Eso es lo que podemos llamar sin duda alguna un gran contratiempo. 

Algo no está bien con un software y parece que hay una fuga en las tuberías relacionadas con la propulsión. Pero las razones por las que no van por ellos no sólo son técnicas. Claro, enviar un cohete no es pedir un taxi a domicilio, pero hay declaraciones políticas ambiguas, burocracia espacial, rivalidades entre empresas privadas contratistas de la Nasa, seguramente la negociación de un anexo al contrato y mucho dinero de por medio.

No sé en qué consiste su dieta de esos astronautas, pero sea la que sea no debe ser muy variada ni apetitosa; no sé si la comida sea abundante, pero les falta agua: beberán su propia orina filtrada y purificada una y otra y otra vez. Y no puedo imaginarme los precarios cuidados que podríamos llamar de higiene personal. ¿Tendrán en su nave suficiente papel higiénico y una vasta dotación de pañales? 

Supongo que tendrán mucho tiempo para conversar, para conocerse, para jugar cartas o ajedrez. De esa convivencia intensa ininterrumpida durante meses podría surgir el amor, un enamoramiento súbito y loco, a salvo del demonio de los celos, al menos mientras sigan allá arriba.

Pero también podrían caerse mal, empezar a fastidiarse, detestarse y odiarse al punto de los arrebatos pasionales dominados por la vesania. No sé si ya se ha registrado para la historia el primer coito espacial, pero estoy seguro de que no se ha cometido ningún homicidio, o feminicidio. 

Butch Wilmore y Suni Williams tendrán tiempo para reflexionar y pensar qué harán en la Tierra, si vuelven con bien, el resto de sus vidas. Por lo pronto, seguro, cada uno se perderá una boda y un funeral, un bautizo o un bar mitzvah, el cumpleaños de la hija o la nieta, la convalecencia de la madre, el aniversario de bodas (al menos ella está casada), el Thanksgiving Day, la Navidad y el Año Nuevo. No sé si les será posible votar para la elección presidencial de noviembre. Sin duda, estar en la Estación Espacial varados (término que no le gusta a la Nasa) es un gran contratiempo.

Su espera, mientras son rescatados, en sus condiciones, fuera del tiempo, hace ver la de Penélope como un ligero retraso. La señora de Ítaca, aunque cercada por años por sus molestos pretendientes, al menos estaba en su casa: podía comer una buena ensalada, respirar aire fresco, pasear por el jardín, tomar el sol y disfrutar del mar. 

Dino Buzzati, en El desierto de los tártaros, novela admirable que Borges elogió sin reservas, imaginó la vida del oficial Giovanni Drogo, que partió con su nuevo uniforme de teniente una mañana a una fortaleza en la frontera. Debía permanecer allá poco tiempo; su vuelta es una postergación indefinida. 

Juan José Arreola en «El guardagujas» narra la pesadilla o el sueño o la crónica puntual de un tren que no llega a la estación donde lo espera un viajero, o que no se sabe cuándo pasará o que tal vez nunca llegará a ninguna parte porque no existe o de ninguna ha salido. 

Y Luis Buñuel nos muestra en El ángel exterminador, una de sus obras maestras, a los asistentes a una cena que no pueden, literalmente no pueden, sin obstáculo visible o conocido, abandonar el salón. Pero ese par de astronautas cuentan con que algún día una nave vaya por ellos y puedan regresar a la Tierra, digamos a casa. 

Bien visto, digan lo que digan los entusiastas y los desquiciados, estar atrapado en una suerte de refugio espacial, como en una celda de castigo, en una versión de alta tecnología del Purgatorio es una forma de prisión, y un ajuste de cuentas cósmico que se distancia de lo que solemos llamar una buena vida. 

Exploradores a toda prueba, curiosos sin remedio, no paramos hasta conocer el último rincón, la última punta de la Tierra; navegar por todos los mares y explorar todas las fuentes de los ríos; sentar nuestra real humanidad en toda la Tierra. Ahora vamos en el espacio. 

Me pregunto si la alegría, el sentido de la vida, la felicidad no se encuentra en casa. En edificar eso que llamamos un hogar. Después de todo, entiendo, aquellos dos que después de haber viajado y permanecido más de lo prudente en el espacio, no quieren otra cosa que volver a la Tierra. 

Todos nos hemos contrariado por la avería del coche, porque no conseguimos un taxi y perdimos un autobús, un tren o un avión, y casi siempre se trata de un pequeño contratiempo que se resuelve pronto, en unas horas, al otro día; pero a estos viajeros, que ya llevan tres, les faltan cinco meses en su cacharro espacial. Ya veremos cómo les va hasta su planeado regreso en febrero.

Ay. Ante el infortunio de Wilmore y Williams, recuerdo a Pascal, que escribió en sus Pensamientos: «he comprendido que toda la desdicha de los hombres se debe a una sola cosa, la de no saber permanecer en reposo en una habitación.»