19 de junio de 2020

Los libros por leer

Hacer listas tiene su encanto. Encierra un misterio, una ilusión, un deseo. Pareciera una práctica obvia y simple, pero psicoanalistas y filósofos y semióticos se ocupan de ellas, de lo que revelan, la personalidad de quien se ocupa de hacerlas y sus posibles implicaciones y significados. Umberto Eco les ha dedicado un libro.

Hacer una lista puede ser el más burdo ejercicio antisocrático, pues Sócrates no sólo no las hacía sino que desdeñaba la escritura misma porque atenta contra la memoria. Yo hago listas contra el olvido. Sin ellas, algo faltará. Si voy de compras sin una lista que he completado a lo largo de muchos días, algo faltará en el guiso, en la mesa. Puedo volver a casa sin el artículo o producto por el que salí a la calle (me ha sucedido).

Pero las listas también cumplen otra función. Creo que es una manera de ordenar la vida y el mundo. Es decir,  son una forma de luchar contra el caos. Las listas ofrecen la promesa del consuelo de regular las acciones y los deberes. De ordenar las acciones a emprender, de cumplir con las tareas impuestas o necesarias en un día.

Cumplir con todas las acciones de una lista es mucho más complicado que hacerla, pero una vez realizada ofrece el consuelo de conocer qué debemos hacer. Y la satisfacción infantil de tachar las palabras de la lista, o de ponerles una vistosa palomita al lado una vez ejecutada la acción, algo tiene de liberación y estímulo.

Yo hago listas de lo que debo hacer en el día (con frecuencia no cumplo con la meta propuesta), de las compras en el súper o la frutería, pero también de los libros por leer. Es un forma de lucha contra el tiempo y el olvido. Quisiera leer muchos más libros de los que podré disfrutar, y la lista, que hoy tiene ciento diecinueve títulos, es a la vez un consuelo y la evidencia del fracaso en mi intento de convertirme en un lector total.

Y no es que me limite a aspirar a leer ese número de libros, más bien son los que considero de lectura urgente y necesaria. Está claro que necesitaría años para cumplir con esa cifra que no deja de aumentar.

Esa lista es una guía, un camino y con frecuencia me descarrilo porque me distraigo con otras lecturas no planeadas por razones tan diversas que sería muy largo enumerar. Y no refiero a las lecturas obligadas por razones laborales, sino a los libros que deseo leer para mi alegría y placer, en el ejercicio de lo que Michel Crépu llamó con lucidez «el vicio impune».

Me parece que mi lista de libros por leer es a partes iguales un consuelo y una fuente de desasosiego (sin contar las relecturas). Me hace ilusión y me consuela pensar en tanta alegría y buenos libros por leer, y a la vez me inquieta y angustia que nunca cumpliré la meta. La lista se modifica, y será imposible agotarla. El día que no haya libros por leer, que no me entusiasmen, es una de las formas del fin.

Supongo que ante la incapacidad de leer todo lo que quiero tendré que ser más selectivo todavía, y una buena dosis de resignación me vendría bien. Si no puedo leer aquel libro, recuerda que leíste este otro, puedo decirme. En casa tengo (por fortuna, aunque también es una pena), más libro de los que podré leer. No hay remedio. Además, por alguna extraña razón, cada vez leo más despacio. 

Elias Canetti sabía que no volvería a frecuentar muchos de los libros de su biblioteca, pero los conservaba todos porque sabía que, en un momento inesperado, necesitaría alguno. No consultaría a muchos de ellos, pero no sabía cuál le sería indispensable, al menos necesario. Desde el librero nos acompañan, esa es su primera función.  

Y cuando pensaba que todo estaba en su sitio, y los libros en los estantes, encuentro una cita de Roberto Calasso que, como toda su obra, trastoca e ilumina lo que toca. Dice que es esencial, lo que equivale a necesario o urgente, comprar libros aunque no los leamos de inmediato. Pasarán años tal vez, pero llegará el momento en que sea necesario leer ese libro que aguardó el roce de nuestras manos y nuestra mirada por tantos años, y remata su lección con maestría absoluta: «Qué extraña sensación cuando se abre ese libro: la sospecha de haber anticipado, sin saberlo, la propia vida.»