24 de junio de 2020

Amadeus en bicicleta: novela de Rolando Villazón

Rolando Villazón cultiva sus talentos artísticos desde una sensibilidad versátil, libre y juguetona. Es un error considerarlo sólo un cantante. Artista de múltiples maneras, de pronto salta de la casilla del tenor y se instala en otros territorios. Esas incursiones en otras disciplinas no son comunes y casi nunca son bienvenidas por la crítica y el gran público.

Si un artista se sale de la casilla asignada su acción es tomada como una excentricidad, un capricho, una divagación pasajera. Ese segundo oficio no debe de tomarse en cuenta, pareciera ser la consigna, y menos aún el artista que se mueve como un caballo y en la siguiente jugada como un alfil.

La trayectoria de Rolando como cantante ha sido notable y espectacular, y es reconocido en el mundo entero como uno de los grandes tenores de su generación; el aplauso rendido de los más diversos públicos durante muchos años, sobre todo en Europa, y el número de sus grabaciones y millones de discos vendidos dan cuenta de su éxito. Es una estrella del mundo de la ópera, un poco a su pesar.

Pero Rolando es también un dotado clown (tiene un concepto muy alto del oficio de payaso, incluso todo una postura filosófica bien argumentada, y con su nariz roja y peluca visita a niños enfermos en los hospitales y actúa para ellos; es obvio que gratuitamente). También es un actor dotado fuera de la escena operística y un presentador de televisión, un simpático conductor de programas de radio y un dibujante de caricaturas (muchas de él mismo: un rasgo de inteligencia y sentido del humor) con soltura, y un director de escena de ópera que hace un montaje cada año.

Y si todo esto fuera poco, recientemente ha mostrado su capacidad de organización, administración y liderazgo para llevar a buen término el festival de la Semana Mozart en Salzburgo. No son pocos talentos, y en verdad no me sorprendería que destacara en alguna otra actividad. Tiene el envidiable don de hacer bien todo lo que emprende, pero de los oficios conocidos aún falta otro, que, a juzgar por la circulación y recepción de su obra pareciera secreto: Rolando es también un escritor, uno de los novelistas más singulares de hoy porque su obra, me aventuro, no se parece a nada de lo que se escribe en lengua española en los dos lados del Atlántico.

Su primera novela, Malabares (Espasa, Madrid, 2013; Jonglerie en la edición francesa, y Kunststücke en la alemana), es una declaración de principios a través de las historias paralelas y divergentes de sus protagonistas, dos payasos, y sorprende por su densidad narrativa, la complejidad de su trama, por su imaginación y la impecable soltura de su prosa y dominio del arte de narrar, pero sobre todo por su entusiasta devoción por el juego.

Desde Malabares Rolando nos muestra las coordenadas de su escritura: el juego entendido como una actividad trascendente. El punto de referencias y referente es Cortázar, y no es fácil encontrara en nuestro ámbito a otro autor que se haya ocupado del Juego (así, con alta inicial), con fervor, como lo hace Rolando. El punto de partida es Cervantes y don Quijote.

El homo ludens de Huizinga encuentra una expresión en este universo novelesco, siempre que se entienda el juego como la actividad más alta y profunda. El juego es sagrado, y nada, salvo el pan, más necesario en la vida del hombre. El juego es la vida, como lo saben los niños. El juego, la ficción, la simulación, el teatro, el cine, la televisión, la ópera son, con frecuencia, otras formas de manifestar esa voluntad lúdica sin la cual no seríamos la especie que somos. Para ser plenamente hombres y mujeres tenemos que jugar.

Rolando ha sido consistente en su propuesta literaria. Paladas de sombra contra la oscuridad, la segunda novela, no ha sido publicada en español; por fortuna la salva de la triste condición de absolutamente inédita una edición alemana (Lebenskünstler) de 2017. Es lamentable que la obra de Rolando aún no pueda ser leída en su lengua original, y que sea desconocida por los lectores de México, el resto de Hispanoamérica y España.

A veces los misterios del mundillo editorial son insondables, pero tengo la impresión de que la literatura de Rolando es tan distinta (la palabra original ya es en sí un tropiezo) y va firmada por un cantante tan famoso que levanta sospechas y dudas entre editores y lectores. La celebridad del tenor atenta contra la publicación de la obra del novelista. «Quién quiere leer la novela de un cantante de ópera», dijo Rolando en una reciente entrevista. Tiene razón.

Y crece la sospecha de que muy pocos lectores creerían que un artista excelso del canto, célebre y reconocido, famoso, para emplear esa palabra que tanto lo incomoda, pueda ser también un buen escritor. Una cosa o la otra, pareciera ser la opinión más extendida. Caballo o alfil. Nada más sospechoso que un artista que cultiva con fortuna dos artes muy distintas.

Los músicos, en particular los cantantes, no suelen leer libros y mucho menos los escriben. Los dos o tres nombres que alguien encuentre entre los músicos tras una búsqueda exhaustiva, son excepciones. Después de convivir durante años con ellos en un teatro de ópera, puedo afirmar que el único músico lector que he conocido es Rolando. Sólo tengo noticia de otro músico, entre nosotros, que escriba, pero no novelas.

A principios de los años noventa, Rolando era un joven estudiante de canto dispuesto a comerse el mundo. Recuerdo una de sus primeras audiciones en Bellas Artes (para aspirar a un papel, tal vez el modesto Parpignol de La bohème) por su bonhomía y su sonrisa, su actitud, su confianza no en su futuro sino en la vida, y, sobre todo, porque cuando puso sus partituras sobre el piano colocó encima, con todo cuidado, una antología de los cuentos de Julio Cortázar.

Si ya había una simpatía, en ese momento se fraguó una complicidad. Descubrí que Rolando es un lector voraz, atento y lúcido, con excelente gusto literario, que lee sin cesar más allá de lo debido en las noches, en los trenes, aviones, estaciones y aeropuertos. No existe un escritor de calidad que no haya leído al menos una pequeña biblioteca. El bagaje cultural y libresco de Rolando es enorme, y lee con soltura en varias lenguas.

Empezó a escribir desde muy joven, y parecía que lo hacía para sí, en cuadernos, con una escritura casi secreta, sin pretensiones, por eso nos sorprendió con Malabares: novela compleja y de muy complicada ejecución, una obra limpia que no ha recibido la atención que merece. Paladas de sombra contra la oscuridad es la novela del juego por el juego, de diversos juegos que se entrelazan y las vidas de esos jugadores.

Su tercera novela, Amadeus en bicicleta, acaba de ser publicada en Alemania como Amadeus auf dem Fahrrad (Rowohlt, 2020), y no hay a la vista edición en español. El rechazo de obras es una práctica común y necesaria de las editoriales, pero haber sido publicado por primera vez en otra lengua y no en la propia es una situación atípica. Y también una pena que merecería una reflexión.

Haber sido publicado y leído con aceptable fortuna en otras lenguas, antes que en la propia, en la que la obra ha sido escrita, es desconcertante. Confío en que esta situación algún día sea sólo una anécdota. Confío en que esta extraña situación será reparada con el tiempo, aunque me pregunto, no sin desconsuelo, si el descomunal peso del cantante habrá sepultado el porvenir del escritor.

Amadeus en bicicleta es una suma de los motivos literarios y, en un sentido más amplio, de las razones y motivos estéticos y sociales que estimulan la literatura de Rolando. El lugar de la novela es Salzburgo. La ciudad natal de Mozart es más que el escenario. Pero no sólo la ciudad de los turistas y los aficionados que asisten al célebre Festival, también la íntima de un artista extranjero y marginado que habla con las estatuas y duerme en las calles.

Vian Bauer, el protagonista de la novela, llega a Salzburgo como punto final o tierra prometida en un largo viaje que revela a la vez la condición de la obra de formación o aprendizaje (Bildungsroman), pero también de reflexión crítica de la ópera como arte y fenómeno cultural y social. No en balde un personaje llama a los cantantes «pajarracos». No creo que haya sido narrada con tanta verdad y poesía la durísima condición, la absoluta vulnerabilidad e indefensión de un joven cantante.

He asistido con pesar a las audiciones de decenas de aspirantes que nunca serán cantantes. Sí, es así en casi cualquier actividad. El camino de un cantante es arduo, con una extraña mezcla de talento, facultades, aprendizaje, actitud y un indefinible algo más que con frecuencia llamamos suerte.

Vian Bauer, ebrio de poesía y música y literatura, es un enjambre asombroso de virtudes y debilidades. Es neurótico, paranoico, ingenuo, fantasioso y entrañablemente adorable. Es un lector que no cesa de fantasear, un loco del canto y la poesía (los poemas y los colores lo calman, lo protegen de los cuervos internos que lo persiguen). Pero sobre todo es el guardián del juego, el gran jugador, el hombre-juego que descubrirá que los ordinarios juegos de azar de un casino no son lo suyo; el juego, el verdadero Juego, es otra cosa.

Pero antes que nada Vian es un personaje encantador e inolvidable. Le basta, como en el poema de Machado, una mosca, mejor: un caracol, para entretenerse y encontrarle sentido a la existencia. Sus juegos en casa, en la calle, en las estatuas y monumentos de Salzburgo muestran que el mundo es un lugar para jugar; no un parque temático, no un disneylandia donde el juego es mecánico, está hecho y reglamentado, sino un lugar donde hay que encontrar el juego que revelan sillas, estatuas, escaleras o elementos que saltan a la vista en el momento.

El juego, como la vida, se hace a cada instante. El juego, el verdadero, es siempre infantil, simple, tonto y espontáneo. El juego vale por el hecho de jugarlo. Nadie lo ha entendido mejor que Vian, un niño obligado a hacerse hombre, un jugador que quiere seguir jugando. Vian cree que el arte, el más serio de los juegos, puede salvar al mundo.

La novela es un canto de libertad, un largo paseo por Salzburgo, incluida una guía dónde dormir a la intemperie si no se tiene una habitación para pasar la noche, pero también un homenaje a Mozart. Vaya si lo es. Es una búsqueda y un diálogo y un encuentro. Buscar a Mozart en Salzburgo puede ser tan estéril o frustrante como en el soneto de Quevedo buscar a Roma en Roma. La ingrata Salzburgo que no se enteró en realidad quién fue el mejor de sus hijos. Pero ahí están la casa natal, el museo, los instrumentos de Amadeus que han sobrevivido…

Pero la borrachera «mozartiana» del gran Festival, los chocolates, juguetes, motivos y todo lo que pueda ser llamado y vendido con el nombre de Mozart en el demencial delirio sin límites de la mercadotecnia poco tiene que ver con la música del genio, que sin embargo nunca ha sido tan apreciada y celebrada tanto como ahí mismo, en una enorme y preocupante contradicción.


La novela es un encuentro, un diálogo y una fiesta mozartiana. Es esta, como un género nuevo, una novela mozartiana. Un juego mozartiano. Todo remite a él. Todo encuentra una correspondencia. La vida de Mozart, en realidad sus cartas, como fuente de conocimiento, oráculo y guía de vida. Es también una mirada al mundo de la ópera desde la puesta en escena de Don Giovanni, en la que aparecerán los egos y los divos, los contratiempos, los conflictos, las diferencias entre la dirección musical y la de escena. No creo que se haya contado antes, desde dentro, desde el escenario, las tensiones del montaje de una ópera.

La novela es también la historia de un enorme conflicto padre/hijo que deja el lío de Kafka con su papá para niños de preescolar; una triste historia de desamor; y la rivalidad del protagonista con Jaques, el diablo, personaje imponente e inquietante. Otros personajes inolvidables son Julia, la chica arcoíris; Perec, el librero; y Herr Wolfgang, el jardinero, que encarna la beatitud o la locura.

Amadeus en bicicleta es una reflexión sobre el arte y el fracaso artístico, y encuentro al menos cinco largas escenas, logradísimas, en las que Rolando alcanza el punto más alto de su escritura. Pienso en la primera vez que asiste a Bayreuth, la rebeldía de Julia, el paseo en bicicleta, el debut de Vian en Salzburgo y los diálogos con Perec.

Rolando toma riesgos, y los supera. Ha escrito una novela en la que Vian aspira a fundir su bagaje cultural con la vida, y obligado a tomar decisiones, ese hombre joven se niega a serlo si el precio es dejar de ser del todo un niño. En esta novela sobre el juego, el arte como un juego y la vida misma como el gran juego (a veces terrible), están presentes también la desesperanza, la orfandad, los reveses de la vida, el hado que a veces no entiende lo que buscamos y niega los más altos anhelos.

Amadeus en bicicleta es una novela gozosa, sorprendente y divertida, que derrocha sentido del humor y cuyos sentidos se multiplican y se escapan para volver a aparecer, enriquecidos, una y otra vez. Podría leerse como una teoría del Juego, o de la vida. Con ella Rolando nos invita a jugar. Dice Vian: «Si quieres sentir una gota de esa libertad que sopla en el alma de los genios, lo que has de hacer es inventar tus propios juegos».

Adenda: Amadeus en bicicleta fue publicada en España por Galaxia Gutenberg (nota de abril de 2021).