1 de mayo de 2020

Augusto Monterroso

De un viejo cuaderno sale este apunte, que me trae un recuerdo cada vez menos nítido en el tiempo pero más afectuoso.

Tito Monterroso ha hecho de la brevedad, en realidad de la precisión, de la intensidad y de la riqueza de sentidos su gran legado literario. Tal vez todo eso pueda calificarse con dos palabras: lucidez y autocrítica. Al parecer, nunca ha tenido prisa por publicar, lo que es bastante extraño en su gremio.

Pero ahora que lo pienso, acusa otras conductas bastante atípicas entre los escritores. No le gusta dictar conferencias, al parecer por timidez, y las entrevistas tampoco le agradan demasiado, al menos no busca desesperadamente hacer declaraciones y pronunciamientos; aunque su obra ya no es brevísima sí es un breviario de al menos dos géneros, y me parece que entre nosotros sólo Rulfo escribió y publicó menos que él.

Diría que no le interesa pasar por increíblemente inteligente, grave y profundo, ni le interesa presumir que ha leído y lo conoce todo. Más raro aún es que nunca, en todas las ocasiones que he conversado con él, ha hablado mal de otro escritor. No sé si lo haga, al menos yo no lo he escuchado hacerlo, situación que para mi experiencia con escribidores de todo calibre lo coloca en una categoría inédita, digamos que la inaugura y de momento me parece que es el único de la lista.

Si tuviera hoy que elegir entre alguno de sus libros, me inclinaría por La letra e, que lleva por subtítulo Fragmentos de un diario, no porque lo considere el mejor, que podría serlo, sino porque hoy es el que a mí más me dice, el que más me aproxima a mis intereses.

Hablando de Monterroso recuerdo aquella anécdota de Alfonso Reyes, que le recomendaba al joven poeta que le pidió una guía de lecturas: «Empiece por saberlo todo.» Así, es recomendable empezar por leerlo todo, porque su obra es abarcable y muy disfrutable, y no sería extraño que alguien, una vez leídos de un tirón, uno tras otro sus numerables libros, dijera como el narrador del Quijote, que el gusto de leer se volvía disgusto por leer tan poco.