Ahora, en este presente continuo y fuera del tiempo que recreo cada vez que repito el milagro de que Louis Armstrong cante como un presagio “A kiss to build a dream on”, del viejo disco se desprenden palabras como guiños que no me son del todo ajenos, anhelos recurrentes que persisten y confundo con las formas de tu ausencia.
Esa etérea presencia tuya, ese no estar y revelarte en la música, en las cosas, esa ilusión perfecta, hace del tiempo un espacio inmóvil fuera de la canción. La trompeta heráldica y la promesa nunca formulada de erigir un sueño que no era tal adquieren su sentido al hablarte en la distancia. Son la expresión de algo que no existía, que jamás ha existido entre nosotros (ese vano tú y yo), en el tiempo relativo de los relojes y los calendarios.
Repito la canción y me gusta más todavía, se despliega en la noche y me entrega uno a uno sus misterios cada vez que Armstrong pide un beso para erigir un sueño. El beso no es el detonante porque descubro que el sueño ya existía en silencio y sin saberlo. La intuición de lo que eres y te atribuyo hicieron de un beso fundacional el principio de algo que viene de lejos, que madura entre nosotros de pronto como un vino viejo recién servido.
Las palabras que ahora dicen lo que debimos haber sabido, lo que siempre temimos porque no había promesa ni futuro y sí el temor de que ese beso no sirviera para erigir un sueño. Deseo puro, destilado de una abstracción ideal del tú y yo que jamás pasó ni tomó forma en nosotros porque sabíamos que sólo hubiera sido la tristeza y la caída absoluta, el desvanecimiento del sueño prometido que bien podría ser la mixtura de la amistad y el cariño o la ilusión del llamado del amor.
Pero ahora, cuatro días después de beber contigo una copa de Chianti, aquello que parecía emerger aún se niega a sí mismo. Mi mano que rozaba tus labios derrumbó cinco años de espera. Un beso se multiplica y transforma en cuatro días de ausencia la marcha del tiempo. Ahora el sueño tiene tu silueta y no la de sombras que no tomaron luz en ti o en la otra tú que sueño e imagino.
Cuatro días han absorbido cinco años. A eso que llamo tu ausencia la confundo con la que no eres; reconstruyo tu risa y tu manera de mirarme, a las que he definido como la alegría y la melancolía. Cinco años de distancia son insoportables por la indecisión que no erigió un sueño, pero cuatro días después de alcanzados duele más la ausencia de tus labios empapados en vino.
Es esta la peor manera de vivirte. ¿Cuál es el recuerdo tuyo más antiguo que tengo? Se confunden los tiempos verbales que no pueden explicar que te encontré hace cinco años y hoy te reconozco, o que bebimos vino hace cuatro días y lo disfruto ahora, o que desde hace cinco años te estoy besando esta noche. Te descubro donde estés: en la canción, en el vino, en la ausencia, en la memoria, en el tiempo, en la persistencia del regusto en mi boca de un beso tuyo para erigir un sueño.
23 de julio de 2018
Un beso para erigir un sueño
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Nota: Cada texto está fechado, aunque no lleve la cifra del año. La historia, el tema, los personajes, el lenguaje, las expresiones y giros, la tecnología revelan pistas para deducir cuándo fue escrito. Basta pensar que aquí se habla del "viejo disco", y aunque se tratara de un CD y no de un LP de vinilo, ya es suficiente para datarlo hace media vida. Algunos excesos, un poco andar en círculos y cierta confusión me dicen que este texto tiene tal vez veinticinco años. Lo recordaba, y sé que lo guardé con la idea de reescribirlo algún día. Ahora que ha sido exhumado de una carpeta arrumbada veo que, salvo limpiarlo, no tiene sentido volver a hacerlo. Entonces lo publico aquí o lo condeno al limbo informático, nombre electrónico y elegante del cesto de los papeles, que es el mejor amigo de un escritor según cuenta Robert Graves. Disculpe usted, amable lector, que haya elegido la primera opción.