La definición de traductor como un coautor que dice casi lo mismo que el original pero en otra lengua no es del todo desechable. Ese «casi lo mismo» es inevitable, es lo insondable de una lengua, es decir del ethos del pueblo que habla esa lengua. Lo intraducible sería el alma, lo particular, que no tiene equivalente porque no existe o no se manifiesta igual en otro pueblo, en otra lengua.
Y no existe la traducción definitiva, es sabido que una o dos generaciones después es necesario volver a verter los textos. Una traducción castellana del siglo XIX de Shakespeare hoy nos parece casi ilegible. Las lenguas cambian. Los clásicos siguen impasibles, son las aproximaciones a sus obras las que tenemos que revisar y actualizar.
Hay un adagio que reduce a los traductores a traidores; el desencanto y la sospecha son casi la norma. Por eso nos sorprende una traducción que satisfaga a propios y extraños, y más con el correr de los años. Pero el margen del traductor tiene un límite.
Transcribo unas líneas de los Los hermanos Karamázov de Dostoievski en dos versiones españolas. Dice la traducción de Rafael Cansinos Assens (Obras completas I, Aguilar, 1953, p. 505):
Kalgánov volvióse corriendo al portal, sentóse en un rincón, agachó la cabeza, cubrióse la cara con las manos y se echó a llorar, y así se estuvo largo rato, acurrucado y llorando..., llorando cual si fuese un chiquillo y no un joven de veinte años ya. ¡Oh, creía casi plenamente en la inocencia de Mitia!Dice la traducción de Augusto Vidal (Alianza, 2006, p. 813):
Kalgánov corrió al vestíbulo, se sentó en un rincón, inclinó la cabeza, se cubrió la cara con las manos y se echó a llorar: permaneció mucho tiempo sentado, llorando; lloraba como si fuera aún un niño y no un hombre de veinte años. ¡Oh, estaba casi convencido de la culpabilidad de Mitia!Estoy casi convencido de que alguno de los dos traductores se confundió, o fue víctima de las travesuras de Titivillus o Tutivillus, ese pequeño demonio al servicio de Lucifer, que gozó de mayor prestigio en el medievo, cuya misión consistía en inducir el error y la confusión en los escritos de los autores y los textos que copiaban los escribas.
Para saber si Kalgánov creía que Mitia era casi plenamente inocente, o si estaba convencido de su culpabilidad necesitaré recurrir a otra traducción, y para asegurarme de que Titivillus no está metido en este caso buscaré la confirmación en alguna versión al inglés o al francés, ante mi imposibilidad de leer en ruso. Las traducciones son absolutamente necesarias, y ningún traductor está libre del error o la confusión, o para decirlo como en la Edad Media, de las diabluras de los pequeños demonios.