Alguien me lo dijo hace muchos años: existe una Lolita anterior a la de Nabokov. Luego, en otro momento y lugar, alguien más me dijo: Nabokov se basó en un cuento que se llama «Lolita». Es un secreto a voces que se plagió la novela de un autor alemán poco conocido, me dijo un tercero hace muy poco.
La preocupación por la originalidad en el argumento y la trama es muy reciente en la larga historia de la literatura. Shakespeare y otros grandes maestros escribieron sobre temas que otros antes habían cultivado. El talento consiste en lo que se hace con un argumento que puede resumirse en unas cuantas líneas. Me parece que sería casi imposible que un dramaturgo superara la belleza y la tensión dramática de Hamlet si sólo se le diera el argumento de esta tragedia y se le encerrara en una habitación sin las obras de Shakespeare para que escribiera su versión. Casi siempre la literatura es forma.
El supuesto plagio o el préstamo de Nabokov me tenía sin cuidado. Además, el gran escritor ruso ya había escrito en El hechicero, libro de 1939, sobre la relación malsana de un hombre maduro con una niña.
Una mañana, en la sección internacional de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en una caseta con pocos libros, encontré un pequeño volumen de apenas cincuenta y nueva páginas (con prólogo y epílogo): Lolita, de Heinz von Lichberg (Funambulista, 2004). Lo compré, por supuesto.
Nabokov no plagió a Von Lichberg. La “Lolita” de éste es un relato de fantasmas, de 1916, que seguramente Nabokov conoció y del que tomó algunos elementos, la fascinación de un hombre adulto por una niña, el nombre de la chica y poco más. Con eso no se hace una de las grandes novelas del siglo XX. Las diferencias en los personajes, los argumentos, son abismales. Dice la autora del prólogo: “resulta evidente que la Lolita americana [la de Nabokov] tiene tanta relación con este pequeño texto de von Lichberg como una fresa con un hipopótamo”. Quizá no hablaríamos de Heinz von Lichberg si no fuera por Nabokov. Tal vez Nabokov le ha dado más, mucho más, de lo que el oscuro autor alemán le prestó.
De vuelta a casa, fui al estante y tomé mi viejo ejemplar de Lolita, que me guardaba una lección más de Nabokov, una hoja de papel doblada, que no recordaba, con un apunte a mano que tomé no sé de dónde ni cuándo. Es una cita de Nabokov sobre lo que es y no es su personaje. No me sorprendería que más de uno se sienta decepcionado con estas declaraciones, que deshacen un entuerto sobre la supuesta perversidad de Lolita. Dice:
«Pues bien, no, Lolita no es ninguna niña perversa. Es una pobre niña, a la que corrompen, y cuyos sentidos nunca llegan a despertarse bajo las caricias del inmundo señor Humbert […] Y es bastante interesante plantearse, como dicen los periodistas, el problema de la estúpida degradación que el personaje de la nínfula, que yo inventé en 1955, ha sufrido en el ánimo del gran público. No sólo la perversidad de esa pobre criatura ha sido grotescamente exagerada, sino también su aspecto físico, su edad, todo ha sido modificado por las ilustraciones de las publicaciones extranjeras […] En realidad, Lolita, repito, es una niña de doce años, mientras que el señor Humbert es un hombre maduro, y es el abismo entre su edad y la de la niña lo que produce el vacío, ese vértigo, la seducción, la atracción de un peligro mortal. En segundo lugar, es la imaginación del triste sátiro la que convierte en criatura mágica a esa pequeña colegiala americana, tan trivial y normal en su tipo como lo es el cura frustrado Humbert en el suyo. Fuera de la mirada maniaca de Humbert, no hay nínfula. La nínfula Lolita sólo existe a través de la obsesión que destruye a Humbert. Éste es un aspecto esencial de un libro singular que fue falseado por una popularidad artificiosa.» (Vladimir Nabokov en entrevista con Bernard Pivot, en 1975 para Antenne 2 de Francia. Los monográficos de Apostrophes: Vladimir Nabokov, Colección Videoteca de la Memoria Literaria, Editrama & Ina, 2001.)
Los libros no cesan de sorprenderme, siempre guardan maravillas y sorpresas entre sus páginas.