14 de octubre de 2010

Un libro y sus efímeros pájaros de papel

En la última escena de The Ghost Writer (El escritor fantasma), película del poco honorable Roman Polanski, basada en la novela The Ghost de Robert Harris, el destino del protagonista se adivina trágico en el vuelo infame de las cuartillas de un libro que huyen por la calle animadas por el viento. No es la primera vez que el cine retrata las hojas blancas, sueltas, en pleno vuelo, que se disgregan en el aire para dejar de ser un libro por ese orden gregario, esa unidad que les da sentido.

Wonder Boys (absurdamente: Loco fin de semana), de Curtis Hanson, basada en la novela del mismo nombre de Michael Chabon, también retrata ese vuelo fatal de la novela del profesor Grady Tripp. Las hojas de una novela se pierden en el aire con un gesto doloroso y una dignidad que no siempre alcanzan los libros impresos.

Deshojado, desmembrado de su forma original, no puedo imaginarme un final más triste y miserable para un libro. Pero la imagen del vuelo de las hojas que se pierden para siempre, arrastradas por el viento, lejos, en la calle, o al fondo del lago tiene una belleza sobrecogedora. Esos folios blanquísimos han dejado de ser un libro, un rimero de papel escrito para convertirse en una parvada en vuelo, pájaros efímeros y absurdos, perturbadoramente bellos, cargados de palabras, en dispersión hacia la lluvia, la nada, el olvido o el silencio.