19 de octubre de 2010

Dos cuadros, una huella, la mirada a lo perfecto femenino

I
En un cuadro de Paul Laurenzi, cuyo título desconozco pero bien podría llamarse Muchacha con las piernas recogidas o Muchacha abrazándose las piernas, encuentro de pronto, una vez más, el doble misterio de la belleza, dos de sus implacables revelaciones. Primero, la del cuadro, luego, la contenida en la representación de la belleza femenina. En esa obra hecha de trazos, líneas, puntos, colores, contornos, sombras, el artista dibujó una vez más, intacto y a la vez distinto el encanto tantas veces vislumbrado.

En la figura está todo, lo que se muestra y lo sugerido. Está el artista, la obra y la figura de la muchacha. También la historia de la pintura y el eterno femenino, el asombro, la sonrisa del alma. En el ojo del artista está el misterio, la secreta geometría, las formas de esa muchacha que se abraza las piernas y en la que podría reconocerse alguna mujer. Ahí está, en esa chica que mira de frente y cuya falda descubre sus muslos, en el fulgor del cuadro, revelado como el ser, una presencia, el erotismo, la feminidad. Sólo faltaba el espectador para cerrar el círculo.

¿Estaba ya también ahí su mirada, el milagro revelado de un instante perfecto de lo femenino y del arte fundidos en el golpe de una mirada entre dos aletazos, dos instantes señalados por el asombro de los párpados?


II
E
n el retrato de Bianca Sforza, hija de Ludovico Sforza, duque de Milán, y de su amante Bernardina de Corradis, conocido como Joven de perfil con vestido del Renacimiento, vuelvo a encontrar intacto el misterio. Se imponen la seriedad, el recato, el pudor solemne de una mujer con peinado alto, de perfil, que está siendo dibujada quizá a su pesar, posando de perfil, indiferente al artista, a la mirada omnipotente de un dibujante prodigioso que reveló el secreto de su rostro, su peinado, su cuello.

Ahí está su presencia, y con un poco de esfuerzo y paciencia podría imaginar su vida en alguna ciudad italiana, durante el Renacimiento. El artista encontró la encrucijada, el ángulo único perfecto, el punto exacto en que convergen en un instante la mirada del artista y el alma de Bianca Sforza. Una vez más, el milagro del misterio artístico de lo femenino se ha consumado y revive en un instante en la mirada del espectador.

Pero en este cuadro que se creía obra de un artista alemán de hace dos siglos, han descubierto una huella dactilar y la investigación, la imaginación y la literatura sugieren que es de Leonardo da Vinci, según la revista Antiques Trade Gazette. Las pruebas con carbono, los análisis con rayos infrarrojos, la técnica del gran Leonardo pero sobre todo la huella, captada por una cámara multiespectral confirman esa conclusión.

La huella dactilar corresponde a la punta del dedo índice o corazón y es “muy comparable” a la encontrada en otro cuadro de Da Vinci. Sería la primera o la única obra en pergamino, aunque sabemos que conoció esa técnica. Profesores eméritos, sabios y científicos darán algún día su veredicto.

Por supuesto, su costo pasaría de 12,800 a más de cien millones de euros. Me gusta pensar que aparece un nuevo cuadro de Leonardo da Vinci, pero su autoría confirmada por al ciencia cambiaría el rostro revelado, la verdad de Bianca Sforza, porque el cuadro sería mucho más caro, pero no podría cambiar la mirada, no podría ser más bello.

Yo, que no sé dibujar, miro el cuadro de Laurenzi y el de Da Vinci. Sus diferencias son obvias, pero en ambos imagino sus miradas, la ejecución poderosa, el virtuosismo del artista empeñado en transformar un lienzo en la imagen inolvidable de una mujer de perfil, de una muchacha abrazándose las piernas.