Escribir es elegir una palabra tras otra, decía Flaubert. El empeño de fijar las palabras seleccionadas en el orden correcto, el prodigioso acto de la escritura, el ejercicio del oficio de escribir, puede ser una profesión, un placer secreto, una necesidad urgente, un hecho cuya motivación desconocemos y acaso no importa. Escribimos, a fin de cuentas, porque queremos hacerlo.
Casi siempre escribimos sin la certeza de obtener una recompensa, dinero o reconocimiento y la mayoría de los escribidores no tiene tampoco asegurada la publicación de sus escritos. Escribimos en condiciones adversas, por el gusto o la necesidad de hacerlo. Ya sea en un cuaderno escolar o en una libreta fina y encuadernada, en una máquina de escribir (quedan algunos, todavía), en una computadora o en otro dispositivo escribimos sin la certeza de tener lectores, a veces ni el destinatario de nuestros escritos.
Escribimos poemas, pensamientos, reflexiones, crónicas, diarios, relatos, cuentos, novelas desde la soledad perfecta y la incertidumbre, también desde la duda y la urgencia por hacerlo. ¿Por qué escribimos? A veces escribimos para acompañarnos a nosotros mismos, por la ilusión de obtener reconocimiento, para ganar dinero, para mostrar a otros quién somos y lo que hicimos. También para liberarnos de lo que nos ronda en la cabeza, los fantasmas que nos siguen y también a los que seguimos.
Escribimos para compartir, para dialogar, para dejar a otros que no conocemos los frutos del esfuerzo o el talento. Y aunque muy pocos lo consiguen, para sobrevivir a su existencia en sus escritos. Muchas personas dicen que escriben para librarse de sus demonios, porque no tienen otro remedio. También se dice que la escritura es terapéutica y ayuda a sanar, a manejar ciertos hechos porque al escribirlos los dominamos.
Ahora leo una reflexión que yo no había pensado, pero que ahora la sé cierta porque me ha sucedido. Aunque lo escrito perdure mucho tiempo y se encuentre disponible en los libros, escribimos también para olvidar. Como si lo escrito se desdibujara en la memoria mientras las palabras se enlazan una a una en ese orden único que toman en nuestro escrito que, una vez concluido se vuelve un poco ajeno y distinto. Al poner a circular un escrito ya es menos nuestro, y se aleja de nosotros en sí mismo (aunque nos ofrezca recompensas) al ser concluido.
Dice Thomas Wolfe que «No había previsto algo que se vuelve absolutamente claro después que uno ha escrito un libro, pero que resulta imprevisible cuando aún no lo ha escrito. Ello es que se escribe un libro no para recordarlo, sino para olvidarlo.» Escribimos para fijar palabras, pero como bien sabía Borges, también para el olvido.