Bohumil Hrabal, escritor checo, es el autor de Una soledad demasiado ruidosa, una novela bellísima y conmovedora sobre los libros, una obra maestra, uno de esos libros entrañables que una vez leídos uno guarda en el librero y en el corazón.
Hanta, el protagonista, trabaja en una trituradora de papel y tiene la ingrata tarea de destruir libros, esos objetos que tal vez son el mejor tesoro e invento de la humanidad; pero Hanta también rescata los que puede, y se los lleva a su casa. Dice:
...cada anochecer me dirijo a casa, en silencio voy por las calles inmerso en una profunda meditación, paso de largo tranvías y coches y peatones, perdido en una nube de libros que acabo de encontrar en mi trabajo y que me llevo a casa en la cartera, así, soñando, cruzo en verde sin percatarme de ello, sin topar con los postes ni con la gente, camino apestando a cerveza y a suciedad, pero sonrío porque tengo la cartera llena de libros de los cuales espero que por la noche me expliquen algo sobre mi mismo, algo que todavía desconozco.Michel de Montaigne hubiera estado de acuerdo con Hanta: necesitamos los libros para que nos expliquen algo sobre nosotros mismos. Imposible no estar de acuerdo. ¿Podría imaginarse una empeño más alto? Hanta, tal vez sin saberlo, o tal vez lo leyó en alguno de esos libros que salvó de la ignominia y la desgracia de ser despedazados para aprovechar sus materiales, sabía que en el pórtico del templo de Apolo en Delfos se leía: «Conócete a ti mismo.» Tarea ardua y complicada que puede aligerarse con la ayuda de buenos libros.
Hanta no estaba mal encaminado, y tampoco lo están esos heroicos basureros (por su gesto altruista, generoso) de la ciudad turca de Ankara o Angora que formaron una biblioteca con los libros que la gente desecha con la basura. La biblioteca, con la ayuda de las autoridades de la ciudad, ha sido instalada en una antigua fábrica abandonada, está abierta las veinticuatro horas del día y sus cerca de cinco mil libros están a la disposición de cualquier lector. Hay libros de literatura, infantiles, algo de divulgación científica y algunos ejemplares en inglés y francés.
El acervo de la biblioteca se nutre de los libros que los ciudadanos sacan a la calle con la basura y, también, ahora, con donaciones. Una parte de la población que se deshace de libros los pone en una bolsa de plástico para conservarlos y facilitar la tarea de los basureros-bibliotecarios.
Sería estupendo poder conocer esa biblioteca, mirar sus estantes para ver si aparece algún libro en turco o español de Borges o García Márquez, El Quijote, o alguna gran sorpresa como podría ser la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz. Sería estupendo conversar con los basureros y contarles la historia de Hanta, que como ellos rescata libros para que a cada lector le expliquen algo sobre sí mismo que desconoce.
¿Por qué la gente se deshace de sus libros? Gabriel Zaid ha encontrado muchas de esas posibles razones. A terminar los estudios o la tarea o el fin con el que fueron llevados a casa; porque se fueron quedando atrás, en la historia y los intereses del posible lector; porque no caben más en casa y entonces hay que hacer sitio a nuevos libros y sacrificar algunos; porque otros no nos gustaron o tenemos la certeza, tal vez por falta de tiempo, de que no los leeremos. También porque llegan otros libros nuevos, que demandan nuestra atención.
Una biblioteca personal, se ha dicho, es un plan de lecturas, y también un proyecto de vida. Borges sabía que también es una forma de ejercer la crítica. Yo he sacado libros por alguna de aquellas razones, pero no los pongo en la basura, los llevo a una librería de viejo donde me dan un ejemplar que yo elijo a cambio de entregar una caja repleta de los libros que desecho.
Mariana, una estudiante de literatura, pariente lejana de Salvador Diaz Mirón, me dijo que en una mudanza apareció en un rincón de su casa un ejemplar de la poesía del poeta. La madre de Mariana se avergonzaba de él, al menos de la vida perniciosa del más ilustre miembro de la familia, y sin pudor ni piedad arrojó el libro a la bolsa de la basura. Mariana quedó tan impresionada, y en cierta forma indignada de ese acto bárbaro, que unos años después buscó la poesía de su pariente y encontró un ejemplar hermoso en una librería de viejo que leyó con entusiasmo y admiración. Resarció aquel acto innoble de su madre.
¿Qué le diría Hanta? Con un poco de imaginación podría pensarse que ese ejemplar que atesora es el que su madre arrojó a la basura, y fue rescatado por algún basurero, aunque no fuera uno de aquellos que formaron en Ankara una biblioteca con los libros que la gente tira a la basura. Quiero pensar que que en todas las ciudades hay basureros que rescatan libros y los libran de ser destruidos, de ser triturados.