Tal vez la Luna y una puesta de sol no puedan ser miradas de la misma manera por dos hombres. Y seguramente no hay dos que entiendan exactamente lo mismo por universo, justicia, belleza, arte o amor. Explicarse los misterios de la noche y el sentido de la vida son atributos de cada individuo de la especie, y las diferencias pueden ser notables. Ya lo advertía Alfonso Reyes: «No sé si el Quijote que yo veo y percibo es exactamente igual al tuyo, ni si uno y otro se ajustan del todo dentro del quijote que sentía, expresaba y comunicaba Cervantes.»
La experiencia vital de cada hombre es única e irrepetible, sin embargo, a veces las condiciones externas, las vicisitudes y el destino de dos personas guardan sorprendentes semejanzas. Entre más alejadas entre sí, más asombroso nos parece lo que tienen en común dos trayectorias vitales o, para decirlo con Plutarco, vidas paralelas.
Martín Ramírez (1895-1963) y Carlo Zinelli (1916-1974) tuvieron vidas semejantes, en las que algunos hechos esenciales son idénticos. Ambos trabajaron en el campo. Martín fue un agricultor de Jalisco que, como tantos otros, se fue de México a trabajar a los Estados Unidos. Carlo Zinelli, que provenía de una familia pobre, de los alrededores de Verona, fue pastor.
Ramírez cayó en una depresión profunda por las confusas noticias sobre la guerra cristera (destrucción del patrimonio, persecución y disolución de su familia). Zinelli fue soldado de Mussolini, estuvo entre las tropas italianas en España, donde sufrió un desequilibrio mental.
Ramírez, desempleado, durante la depresión del 29, vagaba por el norte de California en lamentable estado físico y mental. Fue arrestado y llevado a un hospital psiquiátrico; le diagnosticaron esquizofrenia aguda. Zinelli, al fin de la segunda guerra mundial, fue ingresado al manicomio de Verona; le diagnosticaron esquizofrenia incurable.
Ramírez comenzó a dibujar unos años después de estar en el psiquiátrico. Era completamente autodidacta; pronto el dibujo se convirtió en la actividad central de su vida. Se dedicaba, dice Víctor M. Espinosa, su biógrafo, a «fumar y a producir copiosas cantidades de arte». Zinelli, también autodidacta, empezó a dibujar en el psiquiátrico; «fumaba sin quitarse el cigarrillo de la boca», escribe Antonio Muñoz Molina.
Ramírez asistió en el psiquiátrico a un taller de cerámica, donde encontró estímulo para crear. Tarmo Pasto, pintor, profesor de arte y psicología se dio cuenta del talento de Ramírez y le procuró material: papel, lápices, colores. Un escultor danés, internado para desintoxicarse, descubrió el talento de Zinelli, que hacía dibujos en la cal de las paredes, y contribuyó a que se instalara en el manicomio un taller de arte. Ahí Zinelli encontró estímulo para dibujar, y cuadernos, lápices, colores, tinta y pinceles.
Ramírez era un solitario, casi no hablaba; nunca aprendió bien inglés y vivió aislado en el psiquiátrico, rodeado de gente que no entendía y que no lo entendía; vivía encerrado en un medio (una sociedad) que no comprendía. Dibujar y dibujar, hacerlo sin fin, era su manera de estar en el mundo. Zinelli, también fue un solitario, «se fue encerrando en un mutismo interrumpido por murmullos, repeticiones de palabras, fragmentos tarareados de música» que no paraba de dibujar.
Los dibujos de Ramírez tienen un lenguaje propio y variedad en la composición «a pesar de que todo gira obsesivamente en torno a los mismos temas: jinetes armados, trenes...». Los dibujos de Zinelli «incluyen rifles, locomotoras humeantes, uniformes azules de soldados... con un estilo sintético, con multiplicaciones y repeticiones, con la compulsión del trastorno...».
Martín Ramírez y Carlo Zinelli son considerados notables dibujantes autodidactas, cada uno con una propuesta estética firme, de gran originalidad, que descubrieron su talento y se entregaron a su arte en manicomios. Los dos se pasaron la mitad de su vida encerrados, y murieron en hospitales psiquiátricos.
Los dos dejaron una obra enorme: terminaban un dibujo y comenzaban otro, con impecable constancia. Zinelli hizo más de tres mil dibujos. De Ramírez no se sabe cuántas piezas se conservan, por la dispersión de su obra, y porque durante mucho tiempo el personal del hospital le recogía y destruía sus obras, pero a pesar de ello son varios cientos de dibujos, muchos en gran formato.
Los dibujos de Ramírez y Zinelli pueden ser considerados como arte outsider o arte marginal, si lo entendemos, como dice Gabriela García, como «creaciones que escapan a contracorriente, a la homogeneización del Arte. Sus protagonistas son personas, principalmente autodidactas, que experimentan una necesidad irrefrenable de crear».
La experiencia vital de cada hombre es única e irrepetible, sin embargo, a veces las condiciones externas, las vicisitudes y el destino de dos personas guardan sorprendentes semejanzas. Entre más alejadas entre sí, más asombroso nos parece lo que tienen en común dos trayectorias vitales o, para decirlo con Plutarco, vidas paralelas.
Martín Ramírez (1895-1963) y Carlo Zinelli (1916-1974) tuvieron vidas semejantes, en las que algunos hechos esenciales son idénticos. Ambos trabajaron en el campo. Martín fue un agricultor de Jalisco que, como tantos otros, se fue de México a trabajar a los Estados Unidos. Carlo Zinelli, que provenía de una familia pobre, de los alrededores de Verona, fue pastor.
Ramírez cayó en una depresión profunda por las confusas noticias sobre la guerra cristera (destrucción del patrimonio, persecución y disolución de su familia). Zinelli fue soldado de Mussolini, estuvo entre las tropas italianas en España, donde sufrió un desequilibrio mental.
Ramírez, desempleado, durante la depresión del 29, vagaba por el norte de California en lamentable estado físico y mental. Fue arrestado y llevado a un hospital psiquiátrico; le diagnosticaron esquizofrenia aguda. Zinelli, al fin de la segunda guerra mundial, fue ingresado al manicomio de Verona; le diagnosticaron esquizofrenia incurable.
Ramírez comenzó a dibujar unos años después de estar en el psiquiátrico. Era completamente autodidacta; pronto el dibujo se convirtió en la actividad central de su vida. Se dedicaba, dice Víctor M. Espinosa, su biógrafo, a «fumar y a producir copiosas cantidades de arte». Zinelli, también autodidacta, empezó a dibujar en el psiquiátrico; «fumaba sin quitarse el cigarrillo de la boca», escribe Antonio Muñoz Molina.
Ramírez asistió en el psiquiátrico a un taller de cerámica, donde encontró estímulo para crear. Tarmo Pasto, pintor, profesor de arte y psicología se dio cuenta del talento de Ramírez y le procuró material: papel, lápices, colores. Un escultor danés, internado para desintoxicarse, descubrió el talento de Zinelli, que hacía dibujos en la cal de las paredes, y contribuyó a que se instalara en el manicomio un taller de arte. Ahí Zinelli encontró estímulo para dibujar, y cuadernos, lápices, colores, tinta y pinceles.
Ramírez era un solitario, casi no hablaba; nunca aprendió bien inglés y vivió aislado en el psiquiátrico, rodeado de gente que no entendía y que no lo entendía; vivía encerrado en un medio (una sociedad) que no comprendía. Dibujar y dibujar, hacerlo sin fin, era su manera de estar en el mundo. Zinelli, también fue un solitario, «se fue encerrando en un mutismo interrumpido por murmullos, repeticiones de palabras, fragmentos tarareados de música» que no paraba de dibujar.
Los dibujos de Ramírez tienen un lenguaje propio y variedad en la composición «a pesar de que todo gira obsesivamente en torno a los mismos temas: jinetes armados, trenes...». Los dibujos de Zinelli «incluyen rifles, locomotoras humeantes, uniformes azules de soldados... con un estilo sintético, con multiplicaciones y repeticiones, con la compulsión del trastorno...».
Martín Ramírez y Carlo Zinelli son considerados notables dibujantes autodidactas, cada uno con una propuesta estética firme, de gran originalidad, que descubrieron su talento y se entregaron a su arte en manicomios. Los dos se pasaron la mitad de su vida encerrados, y murieron en hospitales psiquiátricos.
Los dos dejaron una obra enorme: terminaban un dibujo y comenzaban otro, con impecable constancia. Zinelli hizo más de tres mil dibujos. De Ramírez no se sabe cuántas piezas se conservan, por la dispersión de su obra, y porque durante mucho tiempo el personal del hospital le recogía y destruía sus obras, pero a pesar de ello son varios cientos de dibujos, muchos en gran formato.
Los dibujos de Ramírez y Zinelli pueden ser considerados como arte outsider o arte marginal, si lo entendemos, como dice Gabriela García, como «creaciones que escapan a contracorriente, a la homogeneización del Arte. Sus protagonistas son personas, principalmente autodidactas, que experimentan una necesidad irrefrenable de crear».
Las creaciones de Martín Ramírez y Carlo Zinelli se montan en museos y galerías de muchos países (ambos han tenido su propia exposición en el American Folk Art Museum de Nueva York), y estimulado por sus leyendas, su fama crece y sus obras se cotizan en precios exorbitantes en el mercado mundial.