Abraham Poincheval, francés, de cuarenta y cuatro años, es un profesional de las ocurrencias, las bromas y, de vez en cuando, los escándalos. Se siente muy orgulloso de sus pequeñas hazañas, que deben ser muy redituables, como pasar una semana en un agujero bajo una piedra de una tonelada de peso, otra semana en una plataforma a veinte metros de altura o dos semanas en el interior de un oso disecado. Sin embargo, Poincheval ha cruzado esa línea que separa el juicio de la sinrazón: se siente artista y su arte consiste en empollar hasta que eclosionen una decena de huevos de gallina.
En el Palacio de Tokio de París, centro de creación a orillas del Sena dedicado al arte moderno y contemporáneo, monsieur Poincheval se ha encerrado en una caja transparente en la que, dice: «estará en un contacto mucho más directo con el público.» Se ha provisto de agua, comida (espero que el menú no se componga de gusanitos y semillas) y de una silla con un hueco y un sistema para empollar los huevos veintitrés horas y media diarias durante 21 días. En la otra media hora de cada día dejará de sentirse gallina y saldrá de la caja.
Monsieur Poincheval confía en que ese ambiente será estable y propicio para su «primera representación con seres vivos», y nos explica las causas profundas de su empeño: «Un hombre incubando huevos me interesa porque plantea el tema de la metamorfosis y el género.» Ni más ni menos.
Que un hombre pretenda empollar huevos de gallina pasa como broma, como pasaje de una novela disparatada o como gag de una película, pero no como una obra de arte en sí misma. Es necesario decirlo una y otra vez: ese acto que de artístico no tiene nada es un intento vil de otra tomadura de pelo. Y quienes se acerquen al gallinero de monsieur Poincheval deberían saber que ver a un hombre pretender empollar huevos es un acto grotesco, absurdo, morboso, y que tal vez ya se han contagiado de esa extraña cepa de vesania aviar.
Si esto no es una gran boutade, en el nombre del Hombre y los más altos valores del humanismo crítico confío en que monsieur Poincheval recibirá la atención que merece. Antes que en una caja transparente a empollar huevos, debería encerrarse en un frenopático (sería su consagración, su obra maestra). Esperemos que la ciencia, en particular la medicina y la psiquiatría, puedan ayudarlo. Que así sea.
5 de abril de 2017
El hombre que empolla huevos
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