Un día como hoy murió Julio Cortázar. Habría que salir a la calle a buscar lo ordinario extraordinario, a jugar a la rayuela, brincar en un dibujo hecho de casillas en el suelo o leer un capítulo para llegar al cielo. Hoy sería un buen día para beber un whisky y gozar uno de los cuentos favoritos, de poner un disco y luego otro, hasta que la música del saxofón y el piano se derrame y nos deje al pie de la escalera de las palabras fijas de un poema.
Con la certeza de que lo fantástico está aquí, ahora, en el lado de acá, en el lado de allá, en todos lados, frente al horror de cada día, hoy sería un buen día para acostarse con las palabras, con las de él, tocadas por la alegría y la imaginación. Sus palabras son más que palabras: son la suma cifrada de lo que somos y seremos, la expresión de la inteligencia y un guiño del humor. Nos revelan una figura que nos dice y nos asomamos a ella para dar el salto metafísico al otro instante, por encima del vértigo del precipicio de la realidad de cada día. Por sus palabras, por su literatura, brújula increíble, fundadora de mundos, botella al mar, llegamos a nosotros mismos y resolvemos la vida cotidiana, día a día, antes y después de aniversarios y efemérides, de ritos y ceremonias. Hoy, como todos, es un buen día para leer unas páginas y entrevernos.
12 de febrero de 2010
Julio Cortázar: aniversario
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