Querido Jorge, querido Rafael:
Tal vez sea cierto el juicio temerario que divide en dos tradiciones la prosa y en particular la novela escrita en español: por un lado estarían los libros que siguen a Cervantes, es decir, los de prosa llana y directa; por otro, los que están en deuda con Quevedo, los barrocos, por llamarlos de algún modo. Yo no creo del todo en esta clasificación, y diré por qué: ustedes han escrito una novela quevedesca muy cervantina.
Si bien la escritura se abre paso con malabarismos verbales de altos vuelos, retruécanos de virtuosos, piruetas sintácticas y actos de asombroso malabarismo, que se corresponden con toda justicia poética con las maromas y sinrazones de un tal Magruta —que hoy sale a recorrer el mundo con su historia y del que puedo augurar que ganará fama en los siglos por venir—, la imaginación y el humor, el llamado a la razón en contra de la intolerancia y el fanatismo, la ignorancia sin fin de los fundamentalismos de cualquier color y naturaleza, son un regalo para el lector que comprende que la literatura no es evasión y que aun los divertimentos no son inocentes ni frívolos.
Ustedes han demostrado, una vez más, que no hace falta la gravedad para ser profundo, y que el humor es un don de la imaginación y de la inteligencia, un fin en sí mismo y un vehículo para decir lo que, de otra forma, sólo admite, y no siempre, el género de la tragedia. En esto son también herederos de Voltaire. La ironía y el sarcasmo, el humor que mana de la inteligencia y empieza en la carcajada y termina en la reflexión son las armas más poderosas de la crítica y la razón.
Querido Rafa y querido Jorge: su obra los rebasa. No se sorprendan si un día de estos un gato analiza su libro y les explica dos o tres cosas que ustedes han escrito y de las que no están del todo conscientes. Ese es el destino de todo verdadero novelista.
Cervantes por delante, un novelista escribe para encontrar, descubrir y nombrar lo que la vida cotidiana y el más pobre realismo nos ocultan. Hay cosas que sólo se pueden decir desde la literatura, decía Calvino, y decía bien. Hay cosas en su novela que no creo que pudieran contarse mejor de otra manera.
No menos asombroso es que hayan escrito a dos plumas, o dos teclados. Nos han dado una lección que rompe más de un mito y destruye la figura en el pedestal. El suyo es un ejercicio admirable de solidaridad, respeto, empeño y talento puestos al servicio de un proyecto común.
Si el azar y la imaginación ajena determinaban el capítulo siguiente que cada uno tenía que escribir (según mienten en su prólogo), un orden cósmico y magrutense o magrutoso o magruteico o magrutensemente o magrutamente o como se diga, logró una unidad ejemplar que les ha permitido ser uno, o dos, pero que ya no son los mismos de antes. Tanto, que ya son, acaso sin saberlo, como novelistas, por obra y gracia de su propia obra, oh prodigio, Jorge Bullé-Goyri y Rafael Brash.
(Saludo a Jorge Brash y Rafael Bullé-Goyri en la presentación de su novela Los prodigios de Isidoro Magruta, Colección Piedra Lunar, Editora del Gobierno del Estado de Veracruz, 2008)
20 de septiembre de 2008
El último prodigio
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