Hace cuarenta y cuatro años, cuando yo tenía veinte, por fijar una fecha tan probable como arbitraria, leí las letras de las canciones de los Beatles en un libro que ofrecía un comentario de cada una. Me parece que entonces no aprecié la dulce intención de un jovencísimo Paul McCartney que aspiraba a una vida apacible con su chica cuando, en un lejanísimo futuro, cumpliera sesenta y cuatro.
McCartney compuso «When I'm Sixty-Four» (Cuando tenga sesenta y cuatro) en su adolescencia, y la grabó con los Beatles, en 1966, cuando apenas tenía veinticuatro años. Muy joven para pensar en la vejez, pero sabemos que recuperó la canción para celebrar un cumpleaños de su padre que cumplía... sesenta y cuatro.
Es una canción de amor, simple y linda, que no se cuenta entre las favoritas de los que padecen esa extraña patología llamada beatlemanía, tan real y verdadera que hasta el Diccionario de la Lengua Española la reconoce y define. Pero creo que su sentido e intención se valora mejor con el paso de los años.
La canción, compuesta por un adolescente, revela sus secretos y encantos, su ingenua sabiduría, cuando ya no se es joven y se acerca la hora de la cifra (en)cantada. Cuando leí la letra, la canción no me decía nada, y cumplir sesenta y cuatro años estaba muy lejos de mi circunstancia, era algo que sucedería por la maquinaria oculta e inexorable del tiempo ya muy avanzado el siglo XXI.
Más: era algo tan lejano como cierto e improbable. Algo que no merecía la menor atención. Un hecho tan remoto como el anunciado choque de las galaxias o la extinción del Sol. (La soberbia puede ser un pecado de juventud.)
Ha pasado desde entonces más de media vida, y como dice el dicho: «No hay fecha que no llegue, ni plazo que no se cumpla.» Ha llegado el día. Todo era cuestión de tiempo. Y aunque no he perdido el cabello, como dice la canción, ahora es gris por decir lo menos, y si el tiempo lo permite acabará por ser blanco.
Ahora sé lo que quiso decir Paul McCartney, en un arranque de sabiduría: aspiremos a una vejez apacible. Yo cumplía con la sentencia poética de Jaime Gil de Biedma en un poema que es un aviso implacable: «como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante...». Lo que sigue es historia.
Hoy se cumple esa fecha imposible de hace cuarenta y cuatro años. Hoy todo cobra sentido. Comprendo a plenitud la canción de Paul McCartney, que hoy escucharé con particular gusto y atención. Sin ella, este sería un cumpleaños más, en cambio hoy le dará un relieve, un significado que sólo será válido hoy. Hay una historia, una anécdota; hoy sucede algo especial, y se cumple un mandato cósmico que, vagamente, yo aspiraba a cumplir. Hecho está.
Comprendo que es imposible descifrar el taller del tiempo; el paso de la vida, tan simple, siempre es un misterio. Pero sé que no hay nada que lamentar. Bienvenidos esos sesenta y cuatro.
