29 de abril de 2025

Bette Davis, su vicio y su divorcio

Valery Larbaud llamó a la lectura el «vicio impune», y Michel Crépu revisa la impunidad de ese vicio, y concluye que el libro «sigue leyéndose» en el lector, aunque éste se siente a la mesa en una comida familiar, o una mujer padezca a un marido que no para de reñirle. Existe una suerte de clandestinidad, de fuga, que permite seguir entre las páginas de un libro mientras en el mundo persiste el devenir de la realidad.

Bette Davis fue una célebre actriz de Hollywood, que hoy sólo conocen y recuerdan los aficionados a aquellas comedias en blanco y negro de los años cincuenta. Sus ojos, grandes y muy expresivos contribuyeron a su celebridad, que se extendió hasta principios de los años ochenta, con una canción que ya es un clásico: «Bette Davis Eyes».

Bette Davis tenía un vicio, uno que Harmon O. Nelson, músico y su primer marido, no toleraba. Es cierto que había otros problemas conyugales, como que ella ganara mucho más dinero que él, etcétera. Pero la causa de la demanda de divorcio es muy clara. Se publicó en un diario el 6 de diciembre de 1938:

«Ella prefería su carrera de actriz a su matrimonio... delante de él [Nelson] ella leía hasta un punto innecesario... Ella insistía en leer libros y guiones incluso con invitados en casa... eso era muy molesto, intolerable».

Bette Davis era una lectora, y prefería leer antes que ocuparse de su matrimonio. Habría que informar a Larbaud y a Crépu que en este caso el vicio no fue impune, y tuvo graves consecuencias. Pero a Bette Davis tal vez no le importó demasiado, después de todo siguió leyendo y se casó otras tres veces.