El cianómetro es un instrumento que sirve para medir el azul del cielo. Qué delicioso objetivo. Por tanto, es esencial para poetas, compositores, cantantes, otros artistas y científicos. El gran Alexander von Humboldt llevaba uno cuando ascendió al Chimborazo, en el año 1802, y registró una medición histórica, un récord mundial.
No puedo imaginar un objeto más dulce y noble, y que ofrezca un servicio más grande y útil porque, atendiendo las últimas y más profundas causas, ¿a qué más podemos aspirar los hombres en nuestro paso por la Tierra que medir el azul del cielo? No conozco una misión más alta, una razón trascendente, una recompensa más plena que la dicha de mirar y medir el azul del cielo.
En realidad, sí hay otro artefacto hecho por el hombre que puede ser rival del cianómetro en la cima del ingenio, pero se antoja mejor que son una mancuerna, un tándem lúdico y existencial. Son como hermanos. El caleidoscopio es un instrumento que, aunque sea usado en arquitectura y diseño, en realidad cumple funciones poéticas y metafísicas imposibles de alcanzar por otros medios.
El cianómetro y el caleidoscopio son dos hacedores de belleza, los mejores amigos de la humanidad. Los cronopios, y que conste que no pertenezco a esa tribu, consideran el calidoscopio su primer y más relevante instrumento de trabajo, y puedo dar fe de que no les falta razón.
Yo tengo un caleidoscopio en mi mesa (en realidad tengo más de uno; digamos que una mínima y modesta colección), siempre al alcance de la mano, como aquellos aventureros del viejo Oeste que no podían prescindir del revólver ni un instante, ni de día ni de noche.
Desde hace tiempo quiero un cianómetro. En realidad lo necesito. No sé cómo he podido vivir sin calcular el azul del cielo. Pero el azar y las vicisitudes de la vida no me han concedido cumplir mi caro anhelo. No renunció a mi objetivo, algún día tendré un cianómetro.
Pero ahora, mi circunstancia y mi salud menguante me han llevado, en mi condición de nuevo hipertenso, a la necesidad de adquirir un baumanómetro o tensiometro o esfigmomanómetro, e incluso manómetro, que de estas cuatro extrañas maneras se llama el instrumento médico que sirve para medir la presión arterial. En realidad, es un cacharro que no vale la pena.
Ahora dos veces al día debo someterme a la aburrida toma de la presión arterial. Esta medición no sirve para darle sentido a la vida. No creo que mi caso sea grave. Me digo que yo no necesito un baumanómetro, sino levantar el calidoscopio y mirar la explosión de luz y geometría, de formas y color que se despliega ante el ojo. Yo lo que necesito en realidad, para consuelo y alegría de mi alma y para cuidar mi salud, es un cianómetro porque nada encuentro más urgente y necesario que medir el azul del cielo.