5 de septiembre de 2020

Borges y Yourcenar

Hacia 1927 o 1928, cuando Marguerite Yourcenar era una joven que afinaba su primera novela, Alexis o el tratado del inútil combate, su padre, Michel de Crayencour (el apellido de la escritora es un anagrama del apellido paterno), le hizo una propuesta insólita: que ella reescribiera y sobre todo le diera calidad literaria a un relato que él había iniciado y dejado inconcluso hacía unos veinticinco años, los mismos que la edad de Marguerite.

El desconcierto de Marguerite no pudo ser mayor. Michel no era un escritor, pero  había guardado en el fondo de un cajón doce páginas de un capítulo de una novela con elementos biográficos que se sentía incapaz de concluir.

Su padre le pedía que hicieran juntos un cuento de ese capítulo. Es decir, le pedía que escribiera el libro que él no pudo o no supo escribir. Pero Marguerite no sería un simple negro literario, ni siquiera una colaboradora, sino la autora de un relato llamado La primera noche.

«Mi padre me propuso que publicara aquel relato suyo con mi nombre. Este ofrecimiento, bien singular a poco que se piense, era característico de la especie de intimidad desenfada que reinaba entre nosotros.» Marguerite se negó por la «sencilla razón de que no era yo el autor de esas páginas», pero al final «el juego me tentó», escribió en Recordatorios, recuperado por Josyane Savigneau en su prólogo a Cuento azul (Alfaguara, Madrid).

A Marguerite le gustaba la naturalidad con la que Michel aceptaba las confidencias de Alexis, el personaje homosexual de aquella primera novela, que le escribe una larga carta a su mujer para explicarle su orientación sexual; así, podría reescribir (arréglalo a tu manera) un relato sobre la primera noche de una pareja de recién casados, en la que el flamante marido, que acaba de dejar con alivio a una amante, recibe en su habitación de un hotel, en la noche de bodas, el telegrama que le anuncia el suicidio de su examante.

Marguerite, con los años, ya no sabía de quién había sido el título, quién había modificado qué, pero sabía que de ella fueron cambios esenciales en el argumento y el perfil de George, el protagonista; y que le dio forma y fin de cuento a esa páginas que eran el borrador de un capítulo de novela. Además, claro, está el punto de vista, los personajes, la madurez del hombre recién casado frente a la inocencia e ingenuidad de su joven esposa; el relato de un hombre maduro, que narra hechos que alguna semejanza tienen con su segundo matrimonio, que le pide a su hija, que nació cuando él escribía esas primeras páginas.

Marguerite firmó el cuento, llegó al fondo del juego que le propuso su padre, hizo suyo ese relato, y se convirtió en un hecho relevante para ambos. La primera noche está publicada en el volumen Cuento azul, y cuando se publicó, por primera vez, en la Revue de France, en 1929, ganó un modesto premio literario. Michel se hubiera divertido con todo esto, pero murió un poco antes. Y no estoy seguro de que le hubiera gustado que su hija contara con tantos detalles la historia del génesis de esa escritura.

Si bien no es el mejor cuento de Yourcenar, su misterio y encanto crecen al pensar en esa escritura a cuatro manos, en el hecho de cumplir la extraña petición de su padre.

Jorge Guillermo Borges, padre del gran Jorge Luis, escribió una novela, El caudillo, publicada en 1921. Fue la única novela que pudo terminar. «El caudillo epónimo es Andrés Tavares, uno de los caciques menores que había apoyado el primer alzamiento de López Jordán pero que ahora acepta que el federalismo es una causa perdida y que los intereses económicos determinan el consentimiento del gobierno de Buenos Aires», explica Edwin Williamson, en su biografía Borges, una vida (Seix Barral, Buenos Aires).

Hacia 1920, Jorge Guillermo, abogado, psicólogo, jurista y escritor mediocre, le pidió a su hijo que leyera un borrador de El caudillo. La petición, según Williamson, debe de haber tomado a «Georgie» por sorpresa: «dado que sus intentos ocasionales de buscar consejo del padre sobre su propia escritura siempre habían encontrado el rechazo. ¿Por qué, entonces [Jorge Guillermo], decidió presentar El caudillo al escrutinio crítico de su hijo?»: por sus dudas sobre sus capacidades literarias. «De hecho, estaba apelando a Georgie para que lo salvara del fracaso.» El caudillo, novela olvidable, se publicó sin pena ni gloria.

Sin embargo, era la obra de Jorge Guillermo, y había que hacer algo por ella: «a medida que la realidad de la muerte se acercaba, el doctor Borges no podía resignarse al fracaso literario. Confesó estar insatisfecho con su novela, El caudillo, y parece haberle echado un poco la culpa a Georgie: estaba descontento con las metáforas expresionistas que su hijo le había sugerido. Entonces le pidió al hijo que reescribiera "la novela de una manera sencilla, sacando todos los pasajes grandilocuentes y floridos", y los dos discutieron maneras de mejorarla. El extraño pedido de reescribir El caudillo era en sí un índice de fracaso.»

«El pedido de su padre de que Borges reescribiera El caudillo personificaba la imposibilidad de ser salvado por la escritura, porque semejante empresa implicaría el sacrificio de su propia identidad creativa a la de su padre, a la vez que negaba el derecho del padre de ser el autor único de la novela. Reescribir, en pocas palabras, implicaba la destrucción de la autoría, de la originalidad, de la invención. A mediados de 1938, calculo, las reflexiones de Borges sobre las consecuencias de reescribir la obra de otro lo habían llevado a los rudimentos de un cuento nuevo en el que iba a poner cabeza abajo la idea de la salvación por la escritura y representar en cambio su opuesto: la condenación por la escritura o la muerte del autor.» Ese cuento, que surgiría de la imposibilidad de reescribir la novela del padre, es «Pierre Menard, autor del Quijote» que puede ser visto como el cuento de un hombre que tiene que escribir y mejorar, textualmente y sin modificarlo, el texto ya escrito de otro hombre.

Dos escritores esenciales del siglo XX, Marguerite Yourcenar y Jorge Luis Borges, recibieron, cada uno de su padre, la propuesta o la urgente solicitud de reescribir dos obras mediocres de éstos. Los dos padres no pudieron o no supieron escribir su obra, y delegaron la tarea en sus talentosísimos hijos. Los desenlaces fueron muy distintos: Yourcenar reescribió el cuento con Michel; Borges no reescribió la novela de su padre y a cambio, en su pesar y angustia, encontró el camino para un cuento genial (aunque otro relato suyo, «El Congreso» sigue el esquema y coincide en algunos puntos con El caudillo).

Yourcenar admiraba a Borges, y lo visitó en Ginebra, en 1986, unos días antes de la  muerte del escritor argentino. Hubiera sido una gran ocasión para hablar sobre esos singulares encargos paternos, y las consecuencias que generaron en sus trayectorias como escritores, pero podemos apostar que no sabían que los dos habían vivido una situación tan rara que se podría pensar propia de una refinada imaginación literaria. Quizá el último escrito que terminó Yourcenar fue «Borges ou le voyant» («Borges o el vidente»), texto de una conferencia que pronunció en la Universidad de Harvard, en 1987, unos meses antes de morir.