15 de noviembre de 2020

Palomas mensajeras

Una pareja de franceses que paseaba por un bosque de Ingersheim, Alto Rin, Alsacia, encontró al final de verano una extraña cápsula metálica que contenía en un papel un mensaje militar alemán extraviado durante más de cien años. Al parecer, una paloma mensajera no cumplió su misión.

El mensaje, escrito en alemán, no tiene gran valor, habla de ordinarios movimientos de tropas en el área de Colmar-Ingersheim. Es una especie de telegrama de un oficial prusiano a su superior. Es probable que sea anterior a la primera Guerra Mundial; los ejercicios militares eran frecuentes y Alsacia aún no había vuelto a ser francesa. 

La cápsula y el mensaje serán exhibidos, una vez que sean preparados para preservarlos de la luz y el aire en el Museo Memorial de Linge. (La cápsula de aluminio, hermética y casi intacta, protegió al papel con el mensaje que, al exponerse a los elementos, comenzó a deteriorarse.) 

Me preguntó qué le habrá sucedido a esa paloma que no llegó a su destino. ¿Perdió la cápsula en el camino? ¿Encontró un enemigo en su vuelo? ¿Fue derribada por un disparo? ¿Juzgó irrelevante hacer el viaje para entregar un mensaje rutinario, casi burocrático?

La idea de enviar mensajes atados a palomas entrenadas me parece tan audaz como inaudita, más pareciera un recurso novelesco, un derroche de imaginación literaria; un gesto digno de los recursos sin fin a los que nos acostumbró James Bond muchos años después.

Hace cien años todavía los militares se enviaban recaditos con palomas mensajeras, cuando ya existía el teléfono, el telégrafo y las señales ópticas. Pero los cables y los postes podían ser cortados y bombardeados, y seguramente la eficiencia de las palomas era algo digno de reconocimiento y asombro. De no ser así, nadie se habría tomado la molestia de enseñarles su oficio y confiarles información valiosa. Además, las palomas son rápidas y pueden entregar mensajes el mismo día a cientos de kilómetros.

Las palomas cumplen su tarea de mensajeras desde la Antigüedad, tienen su lugar en la Biblia y en la Grecia clásica ya sabían lo que era recibir el correo aéreo. Habría que documentar la aportación de las palomas a las telecomunicaciones, a los comunicados diplomáticos, el alivio sin fin que deben de haber ofrecido a los enamorados al entregar sus cartas de amor. 

Ahora llevamos una máquina en el bolsillo, que nos empeñamos en llamar teléfono aunque realiza otras muchas funciones, y todos los días enviamos y recibimos mensajes además de chistes, fotos y videos cuya abrumadora mayoría, ay, se definen por ser tan insustanciales que apenas vale ocuparse de ellos.

La tecnología instantánea sin duda es más confiable y eficiente, salvo cuando, claro, falla el sistema o el dispositivo se queda sin batería, pero pienso en aquellas palomas que se jugaban la vida, como aquellos pilotos de avión que llevaban el correo aún con lluvia y mal tiempo, como ha narrado admirablemente en sus novelas Antoine de Saint-Exupéry.

A veces el correo  no llegaba, se perdían las cartas o los mensajes. A veces los pilotos, como algunas palomas, no llegaban a su destino. Es cierto. Yo sólo digo que estoy convencido de que con los servicios de mensajería instantánea no nos comunicamos mejor. 

Quiero decir, las máquinas no nos sirven para vislumbrar a los otros, para sentir la emoción, la inteligencia o la sensibilidad de alguien;  tocar o ser tocado en lo más hondo, intuir al otro, en su ser, en esa necesidad humana de decir y escuchar y comprender. Como lo cantó Octavio Paz: «para buscarme entre los otros, los otros que no son si yo no existo, los otros que me dan plena existencia.»

Nos queda la poesía. ¿Todavía existen las palomas mensajeras?