1 de abril de 2019

Los amigos lectores

García Márquez decía que escribía para sus amigos, para que lo quisieran más. Tal vez era un alarde de novelista, pero es cierto que cultivaba el arte de ser amigo con celo profesional. Y sus amigos no sólo lo querían y celebraban, sino también leían con entusiasmo sus libros antes de ser publicados, por el privilegio de disfrutar esos cuentos y novelas con el encargo de buscar los posibles errores que se escondieran en la espesura de esa prosa diáfana.

Lectores-amigos en varios países y dos continentes leían en busca de una coma en fuera de lugar, del menor atentado a la sintaxis y de la contradicción u error en la geografía, los tiempos narrativos o las características y atributos de los personajes.

Tal vez el más célebre gazapo de la literatura en lengua española es del misterioso narrador del Quijote, que cuenta que a Sancho Panza le han robado el rucio, y poco después va montado en él como si nunca lo hubiera perdido. Es curioso que este descuido lejos de restar méritos a la gran novela le otorgue un encanto y estimule el humor, los comentarios, artículos y sesudos ensayos académicos.

Esos lectores-amigos, dignos de credibilidad por su opiniones y juicios, acabaron por constituirse en un grupo profesional que auscultó y revisar con lupa El general en su laberinto, la más arriesgada de las novelas de García Márquez porque el gran fabulista y creador de mundos autónomos se había metido en las peligrosas arenas movedizas de la novela histórica, en la que la posibilidad de decir algo que traicionara la verdad histórica sobre la vida y hechos de Simón Bolívar podía hundir la novela, desmoronarla como un castillo de arena en la playa por falsa y mentirosa.

(Despegarse de los hechos históricos hubiera sido un drama y una derrota para García Márquez, no así para Tolstói, que en Guerra y paz «a pesar de conocer a fondo las fuentes originales disponibles, perpetró falsedades con plena conciencia en aras, parece ser, de una finalidad no tanto artística como “ideológica”», escribe Isaiah Berlin.)

En las cuatro páginas de «Gratitudes», la nota final de El general en su laberinto, García Márquez reconoce el valor de las lecturas de sus amigos, sin excluir la ayuda de historiadores, profesores, investigadores y hasta un pariente «oblicuo» de Bolívar. Un modelo de colaboración y trabajo multidisciplinario. Al momento de revisar y corregir su libro García Márquez estaba muy lejos del desamparo y de la ponderada soledad del escritor.

Flaubert, al parecer, sometía a sus amigos a la lectura de sus obras. Los obligaba a escucharlo leer sus obras en sesiones que terminaban en el hastío y de madrugada. La célebre «prueba Flaubert», la lectura en voz alta para probar el ritmo y por tanto la eficacia de la prosa, era un desafío a los límites de la paciencia y la amistad de los elegidos para escucharlo.

Otros autores han leído su obra a amigos y colegas, tal vez no para que los quieran más, sino para ganar reconocimiento y tal vez probar la eficacia o la calidad del texto leído. El entusiasmo y la crítica elogiosa son la primera y deseada recompensa, aunque no debemos descartar la duda genuina de algunos autores sobre los alcances y méritos de sus escritos.

No son pocos los testimonios, las fotografías, cartas y artículos sobre las sesiones de lectura. Los salones y reuniones, las tertulias literarias en cafés han servido para eso, para mostrar a los amigos lo recién escrito, y en la respuesta de los oyentes superar los fallos y errores y gozar los aciertos, en un ejercicio literario no exento de vanidad.

Pero no siempre es así. Mejor aún: muy pocas veces es así. He visto amigos, hermanos de oficio y del alma, que celebraban su amistad como uno de los mayores dones de la vida, romper con palabras rudas, innecesaria violencia verbal hasta llegar a las imprecaciones por una crítica desafortunada o poco amable. Una crítica injusta, pero también una opinión cruda por honesta que sea, puede ser devastadora. Decir que una pieza de escritura debe ser desechada o en el mejor de los casos reescrita es una prueba muy difícil de superar para el ego de muchos autores.

A veces hace falta mucho menos. Que el elogio no sea elocuente y sin reservas, lo que el amigo-autor esperaba, es suficiente para crear una distancia, abrir una grieta, que puede terminar por convertirse en una afrenta y luego en una venganza.

Como ya no es posible reunirse y leerle a los amigos una novela en voz alta, solemos enviarla por correo electrónico, como quien lanza una botella al mar, en espera del comentario que sugiera algún cambio que mejore la trama, la advertencia oportuna de un error, o el comentario crítico amable que fomente la conversación, el diálogo y la amistad.

El silencio entonces puede ser considerado como una obra maestra de la crítica. Un ejercicio que dice mucho sin un juicio ni una palabra. Sin embargo es imposible saber si el amigo-lector al que le ha sido confiado el texto no lo ha leído (lo que ya es revelador) o prefiere, por prudencia y en nombre de la amistad, guardar silencio. Aunque es peor la indiferencia. Tal vez sea mejor no preguntar, no exponerse, no pedir con palabras claras lo que ya reveló la intuición o la experiencia.

Aunque no debe descartarse las buenas razones para el retraso o el silencio, el fatalismo y el pesimismo invitan a pensar: «Comenzó el libro y no lo acabó porque no le ha gustado nada.» «Leyó el libro y no se atreve a darme su sincera opinión.» «En realidad, lo recibió y se le olvidó, no le ha prestado la meno atención.»

Los amigos en su papel de primeros lectores participan en un juego extremo, de alto riesgo más para la amistad que para la literatura. No todos tienen la suerte de García Márquez. Pareciera que a veces la amistad no es buena amiga de la literatura. Por mi parte, admito que tengo una tesis doctoral y dos novelas de amigos míos que no he leído, y que a mi vez me encantaría recibir noticias de otro que ha guardado silencio por mucho tiempo.