El profesor Llorenç Valverde, matemático, académico y experto en tecnología, ha escrito un libro con nombre inquietante: Siete fracasos que han cambiado el mundo, del lavavajillas a la telefonía móvil. El título me hizo recordar a Julio Ramón Ribeyro, que reunió sus diarios bajo el implacable nombre de La tentación del fracaso.
Llegué a la presentación del libro, por razones aún no puedo comprender, y mi gozo iba en aumento en aquel acto revelador, que acabó por ser una conferencia en forma. El profesor Valverde, simpático y erudito, dijo cosas asombrosas con impecable acento catalán.
Sucede que detrás de los grandes inventos, de un caso exitoso, la historia registra una larga serie de intentos y pruebas sin fin, testimonios de mala fe, mentiras, intrigas, manipulación de patentes e inventores y toda suerte de trampas, retrasos por intereses de particulares, y por supuesto, errores fecundos y hallazgos afortunados (serendipias).
El teclado que usamos en una máquina de escribir o una computadora (qwert) tiene una historia; es, a fin de cuentas, una posibilidad entre muchas que acabó por imponerse. Y la máquina de calcular de Charles Bobbage (y la máquina que no construyó), como el lavavajillas de Cochrane y el conmutador telefónico de Strower encierran un empeño contumaz, una perseverancia y las motivaciones más extrañas.
El recorrido del profesor por la historia de la invención y la tecnología pasa por Ramón Llull y su máquina lógica, que según el gran sabio podía probar por sí misma la verdad o la mentira de un postulado. ¡En el siglo XIII este genio iluminado estaba buscando acabar con las discusiones teológicas e ideológicas que incendiaban y amenazaban la paz el mundo!
El fracaso es un gran tema. Los fracasos a fin de cuentas han hecho la ciencia y la tecnología, dibujado los mapas y a fuerza de perseverar en la prueba y error podemos suponer con modestia algunas certezas que damos por válidas o verdaderas.
No hay solución que no plantee problemas, no hay solución limpia, una que no genere necesidades o requiera insumos o genere otros problemas. A veces, la humanidad ha tenido las respuestas acertadas de preguntas equivocadas porque no ha sido correcta la relación pregunta-respuesta. Con frecuencia, las respuestas no tienen que ver con las preguntas, y esta situación a veces abre nuevas áreas de investigación y nuevas preguntas.
Y el azar, lo imprevisible, el comportamiento errático del sistema problema-solución, que está en la base de la innovación y del progreso, fue ya iniciado hace mucho tiempo por aquellos homínidos que participaban mal o echaban a perder aquellas partidas de caza o pesca. Lo que nos previene a echar de nuestros juegos y nuestras investigaciones y proyectos a los que consideramos más tontos, ignorantes o menos capacitados. Uno de esos puede ofrecer la solución que resolverá un problema.
Pensemos en el automóvil. Parecía la solución al transporte: eficiente, cómodo, rápido y divertido... Y terminará por ser un problema de consecuencias mundiales y catastróficas para la conservación del planeta, la transportación y la economía. Podría llegar el día en el que, como en "La autopista del sur", de Julio Cortázar, el atasco sea universal y los coches, uno tras otro en filas sin fin, no puedan moverse. Las máquinas que resuelven problemas a los hombres, no dejan de generarles nuevos problemas.
Leibnitz quería una máquina que hiciera los cálculos, una que pudiera usarla hasta un campesino, dice el profesor Valverde, y pareciera que Erich Fromm le respondía: tendremos máquinas que piensen como hombres, manejadas por hombres que piensen como máquinas.
La tecnología es un camino sin fin, que no excluye la belleza, como cuenta la historia glamurosa de Hedy Lamarr, reina y musa de Hollywood y tal vez la primera actriz que apareció desnuda en una película, y que fue también una destaca ingeniera y científica cuyos descubrimientos, esenciales para lanzar misiles con precisión, guardaban una secreta relación con el tamaño de sus pechos.
La historia de los fracasos es la de los éxitos, no es posible el uno sin el otro. Y las máquinas que resuelven problemas generan otros problemas. Más todavía: no hay solución que no presente nuevos problemas.
Al final de una larga serie de fracasos está el éxito, y tal vez al final del éxito está el fracaso. Churchill sabía que el éxito es una suma de fracasos con un objetivo e impecable entusiasmo, y los fracasos aportan conocimiento, experiencia y hasta pueden dar consistencia y un perfil único a un currículum.
El que fracasa, aprende. El que fracasó, ya sabe, conoció, aprendió. Y a fin de cuentas, sólo podemos evaluar, decir que algo fue un fracaso con perspectiva y tiempo. El éxito nunca es definitivo, y el fracaso nunca es fatal. (Me gusta pensar que esta idea le gustaría mucho a Enrique Vila-Matas.)
Así que debemos mantenerlos alerta, pues el desánimo y el desconsuelo y el fracaso podrían no dejarnos ver que estamos delante no de un pato feo que está a punto de convertirse en un hermosos cisne negro... sí, como en los cuentos de hadas.
Me alejo de las palabras y conceptos del profesor Valverde y me pregunto si será posible desarrollar, con la bendición de Ramón Llull y de Alfred Jarry una teoría del éxito/fracaso, una máquina que nos vaticinara el futuro de cualquier empresa, artística o científica, tecnológica, intelectual o épica.
Sería estupendo tener una máquina para medir el éxito, fomentarlo, administrarlo en medio del caos y el devenir. Sí, tal vez estoy en terrenos imaginarios cercanos a la patafísica. Y no puede ser de otra manera, esa máquina no podría ser electrónica ni tener software al uso, ni siquiera contar con las ventajas de la computación cuántica: la máquina Llull-Jarry, la que nos daría la excepción de la certeza y la verdad, que trabajaría sin fin ante el fracaso, que buscara y tratara como Sísifo una y otra vez, tendría que ser otra cosa.
El profesor Valverde se despidió de su público con una sentencia y una cita poética. Contó que Sir John Daniel dice que nos pasamos la vida buscando soluciones a problemas, y «ahora que ya sabemos que las tecnologías digitales son la solución, quizás ha llegado el momento de averiguar cuál era el problema».
El gran final fue con una cita imprescindible y conocida de Samuel Beckett tomada de Worstward Ho: All of Old. Nothing else ever. Ever tried. Ever failed. No matter. Try again. Fail again. Fail better. (En versión del maestro Juan Carlos Calvillo, que está construyendo una máquina para traducir la poesía completa de Emily Dickinson: «Todo antaño. Nunca nada más. Haber tratado. Haber fallado. No importa. Tratar de nuevo. Fallar de nuevo. Fallar mejor.»)
Sí, tratar. Tratar de nuevo. Fallar de nuevo. Fracasar mejor.
19 de octubre de 2015
El fracaso no es lo que parece
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