21 de octubre de 2015

El autor no es el personaje

Sucede todo el tiempo. Basta interesarse por algo, un nombre, una ciudad, un objeto, un animal o un pasaje de la historia para que aparezcan referencias y menciones. Basta pensar algo con alguna persistencia para que los periódicos y los libros, la radio y las conversaciones aporten datos e información como si fueran convocados. 

Pareciera que funciona igual si uno se interesa con viveza por los caballitos de mar o el imperio bizantino, por qué Plutón es un planeta enano o la reducción del ángulo de inclinación de la Torre de Pisa. Basta estar atento para empezar a recibir información, noticias, comentarios: recompensas.

Alguien me pregunta sobre las complicadas relaciones de los autores con sus personajes y aun con lo que cuentan. "Claro, es una novela, pero de cualquier manera usted debe ser un experto en submarinos atómicos, se nota desde las primeras páginas", y "yo no sabía que usted fuera alpinista, aunque no me extraña", escucha un novelista, aquí y allá, todo el tiempo, según los temas de sus obras.

Explicar que uno sólo es un novelista y lo demás es el oficio y una investigación, un poco de estudio y la necesidad de explorar desde la ficción otras posibilidades del ser y la existencia, de ser otro hombre al menos en la página, puede ser arduo y no siempre se consigue del todo, y menos todavía si el personaje es un poco como cualquier hombre, y no un superhéroe.

De pronto, sin intención, sin buscarlo, tres premios Nobel ofrecen su contribución al tema:

Dice Octavio Paz: «La verdadera biografía de un poeta no está en los sucesos de su vida sino en sus poemas. Los sucesos son la materia prima, el material bruto; lo que leemos es un poema, una recreación (a veces una negación) de esta o de aquella experiencia. El poeta no nunca es idéntico a la persona que escribe: al escribir, se escribe, se inventa. Sabemos que Catulo y Lesbia (su verdadero nombre era Clodia) existieron realmente: son personajes históricos. También lo fueron Propercio y Cintia (Hostia). Sabemos asimismo que ni el poeta Catulo y su amante ni el poeta Propercio y su querida son exactamente los individuos que vivieron en Roma en tales y tales años. Las heroínas de esos libros y los autores mismos, sin ser ficticios, pertenecen a otra realidad. Lo mismo puede decirse de todos los otros poetas, cualesquiera que hayan sido su época, sus temas y sus vidas. La poesía, el arte de escribir, poemas, no es natural; a través de un proceso sutil, el autor, al escribir y muchas veces sin darse cuenta, se inventa y se convierte en otro: un poeta. Pero la realidad de sus poemas y la suya propia no es artificial o deshumana; se ha transformado en una forma a un tiempo hermética y transparente que, al abrirse, os muestra una realidad más real y más humana. Los poemas no son confesiones sino revelaciones.» (Preliminar, Obra Poética II, Tomo 12 Obras Completas, Fondo de Cultura Económica, 2004, p. 18.)

Donde dice “poeta” y “poema”, se puede leer "novelista" y "novela", y el sentido del texto no se altera, antes se enriquece, se multiplica.

Dice Mario Vargas Llosa en su de recepción del doctorado honoris causa de la Universidad de Salamanca, el 17 de septiembre de 2015: «…aunque no lo parezca, el personaje principal de toda historia es siempre el narrador que cuenta la historia, y el narrador no es nunca el autor.  El narrador es un personaje que crea el autor incluso en aquellas novelas en que el autor aparece con nombre y apellidos propios.  Por ejemplo, en una novela mía que se llama La tía Julia y el escribidor, aparece un Varguitas, y muchos lectores creen que ese Varguitas soy yo de pies a cabeza.  Y no, ese Varguitas es un personaje de la historia, aunque usurpe mi nombre y también algunas de mis experiencias biográficas.» 

Orhan Pamuk, por su parte, escribe en "De verdad le sucedió todo eso, señor Pamuk", segunda conferencia Norton para la Universidad de Harvard, recogida en El novelista ingenuo y el sentimental« En 2008, publiqué en Turquía una novela titulada El museo de la inocencia. Esta novela trata, entre otras cosas, de los actos y los sentimientos de un hombre llamado Kemal que está enamorado de una manera profunda y obsesiva. Tras la aparición del libro no tardé mucho en empezar a recibir la siguiente pregunta de un buen número de lectores, que al parecer creían que su amor estaba descrito de un modo muy realista: "Señor Pamuk, ¿es usted Kemal?"».

Pamuk admite que disfruta con la ambigüedad de sus respuestas, y cuenta lo difícil que le resulta,  «como le sucede a menudo a los novelistas, convencer a mis lectores de que no deberían compararme con mi protagonista; al mismo tiempo, implica que no pretendo realizar un gran esfuerzo para demostrar que no soy Kemal [...] En otras palabras, mi intención era que la novela fuera percibida como una obra de ficción, como un producto de la imaginación y, sin embargo, también quería que los lectores creyeran que los personajes principales y la historia eran reales».

Pamuk evoca un caso del siglo XVIII, lo cual nos muestra que los novelistas tienen que dar explicaciones desde hace siglos: «Cuando Daniel Defoe publicó Robinson Crusoe, ocultó el hecho de que la historia era una obra de ficción fruto de su imaginación. Afirmó que era una historia cierta, y entonces, cuando se descubrió que su novela era una "mentira", Defoe se sintió avergonzado y admitió, aunque solo hasta cierto punto, la ficcionalidad de su historia.»

¿Se alcanzará algún día un consenso entre autores y lectores sobre la condición natural de la ficción en la literatura, aunque ésta sea verosímil, verdadera y se sustente en hechos históricos? ¿Alguien le habrá preguntado a Cervantes si alguna vez fue caballero andante o cómo había recuperado la razón?