En un banquete, entre amigos y parientes, me senté frente a una mujer que no conocía. Tal vez era la única persona de esa larga mesa que nunca había visto, de la que nada sabía. Pronto supe su nombre, Camila, y con entusiasmo me contó una historia.
Es colombiana, de Bogotá; estudió periodismo y una de sus pasiones (como la de tantos colombianos) es la gramática y la sintaxis: el asombroso funcionamiento de la lengua. Hace años, después de un duelo amoroso, del rompimiento con un novio al que quería y con el que estuvo mucho tiempo, vino de vacaciones a México.
Me contó con emoción su descubrimiento de la ciudad, su identificación con la Ciudad de México, la sensación creciente de encontrarse en un momento decisivo. Me habló de su emoción en el Centro Histórico, en esas calles de casas viejas, plenas de comercios, de gente, del bullicio de la gran ciudad.
Por las calles de Mesones, por Vizcaínas, que conoce de memoria, comprendió su corazonada: tenía que quedarse en México, tenía que vivir en esa ciudad, en esas calles.
Volvió a Bogotá segura de haber encontrado, con una certeza sin sombra de sospecha. Hizo llamadas telefónicas, buscó orientación, se sumergió en Internet: en unos cuantos días ya tenía información, referencias, contactos y sobre todo una oferta de trabajo.
El resto fue liquidar lo que quedaba de su vida en Colombia. «Regalé todo», me dijo, «todo. Y vine a México. Y aquí sigo, encantada. No como al principio, con el encanto de una situación o relación nueva, pero muy contenta.» Todavía no vive en esas calles del centro, pero no tengo duda que algún lo hará, tendrá un departamento viejo que decorará tal como lo ha imaginado.
La gente va de un país a otro buscando huir de la guerra, de sus perseguidores, del hambre. En busca de un trabajo digno, de la esperanza de una vida mejor, para ellos y sus hijos. Hay aventureros que van y vienen, también estudiantes que dejan su hogar unos años. Profesionales que cumplen un contrato de trabajo particularmente atractivo por un tiempo. Ninguna de estas condiciones se cumple en el caso de Camila.
¿Qué te ha dado México? ¿Por qué estás aquí? ¿Qué buscabas?, le pregunté. Me respondió, contenta, con una frase: «Aquí encontré mi lugar en el mundo.» Admirable. Envidiable.